"Esta es la crónica de como San Timoteo del Besós recibió la revelación divina, abandonando sú vida pecaminosa y como a partír de aquél momento se dedicó en cuerpo y alma a redimír a todo aquél que escuchaba sú palabra" . Yo, el discipulo escriba.



domingo, 19 de diciembre de 2010

VAZQUEZ (V)

Los dos primeros días de arresto preventivo, Manolo los cumplió realizando su trabajo y pernoctando en uno de los calabozos del cuartel de la avenida de Madrid.

Cuando los informes emitidos por el Hospital Clínico sobre el estado de salud del teniente Marín confirmaron que no existían lesiones graves y permanentes, el comandante sustituyó el arresto en el calabozo por el de arresto en domicilio. Manolo trabajaba con normalidad durante el día, y pasaba las noches en su domicilio en compañía de Marga. Por la unidad, ya el primer día había corrido la voz de lo sucedido entre Vázquez y el oficiál, y el motivo que lo había ocasionado. Manolo notaba como sus compañeros le miraban con una mezcla de cariño, respeto y lástima. Nadie le hizo ningún comentario sobre el incidente.

Marín presentó una denuncia contra su subordinado bajo la acusación de agresión e insubordinación ante los mandos superiores, que se cursó a la Sala de Justicia Militar de la quinta zona. A pesar de que la consecuencia de la monumental paliza tan solo fueron hematomas, moretones y algún punto de sutura en los labios, daños que solo exigieron una semana de atención médica y tratamiento con analgésicos, Marín prolongó la baja médica aduciendo motivos psicológicos. No se sentía con el suficiente valor como para permanecer en las mismas dependencias que Vázquez. El mando de la unidad de Policia Judicial tampoco estaba dispuesto a prescindir del trabajo cotidiano de Manolo. Era un hombre con amplia experiencia en su especialidad, y los casos acumulados sufrirían un brusco retraso hasta la llegada de su substituto, que aún así, tardaría semanas en ponerse al día en aquél delicado trabajo, y en el conocimiento de la ciudad. En cambio, la ausencia de Marín apenas se notaba en el trabajo diario.

Mas tarde, Manolo guardaría un recuerdo agridulce de aquellos días. Aquél desliz, en vez de terminar de degradar la relación matrimonial entre Manolo y Marga, tuvo la virtud de restaurarla y hacerla mas estrecha. Airearon en largas conversaciones, todo lo que quizás les había llevado a aquella situación. Recuperaron la franqueza perdida entre los dos.

También recuperaron una intensa vida sexual. Rara fue la noche en aquellos días que no hicieron el amor, a veces, intensamente durante horas.

- Nunca le damos el justo valor a lo que ya tenemos, hasta que lo perdemos, o corremos el riesgo de perderlo.- Era la reflexión que aquellos días se instalo en el pensamiento de Manolo

Finalmente, la Sala de Justicia Militar decidió incoar un consejo de guerra a Manolo, fijando una fecha para la vista. Como abogado defensór, le adjudicaron a un joven teniente del Cuerpo Jurídico Militar dotado de mucho entusiasmo y de muy poca experiencia.

Los cargos que pesaban contra Manolo, podían significar una condena de entre cinco y diez años de prisión, en el peor de los casos. Preparar la defensa, una defensa razonada que le permitiese salir airoso de aquél trance, y con un defensór novel, supuso para Manolo un auténtico calvario. Para mas colmo, presidiría el tribunal como juez un coronel con fama de duro y estricto, el coronel De Lafuente.

- Vázquez, la verdad es que no se muy bien como enfocar su defensa. La agresión que cometió usted no sucedió en el contexto de una discusión. Fue premeditada, la extensión de las lesiones según el parte médico lo demuestran así, no fue ningún arrebato pasional ni momentáneo. O al menos, así lo verá el tribunal. tan solo se me ocurre alegár como causa eximente un  trastorno mental.
- ¿ No sirve como atenuante que ese golfo se acostase con mi mujer ?.
- Dificilmente. Si la paliza se la hubiese propinado usted en el momento de descubrir la infidelidad, su reacción se podría justificar por un arrebato de celos. Pero como comprenderá, es difícil justificar su comportamiento al día siguiente de los hechos. Es una agresión meditada.
- Está bien, plantee usted la defensa en base a un posible trastorno mental. Supongo que tendré que someterme a un peritaje psiquiatrico.
- Solicitaré ese peritaje médico, y procure usted aparentar un pésimo estado mental cuando le sometan a examen. Unos indicios de esquizofrenia nos vendrían muy bien para su defensa.

Las dos semanas que transcurrieron hasta la fecha del consejo de guerra fueron para Manolo unos días agridulces. La vida dentro de su hogar era feliz. Tenia el cariño y el apoyo de Marga, pero la cercanía del juicio, y la posibilidád de una condena larga le angustiaba profundamente.

Aquella noche, tras la cena, el salió a la terraza del ático a fumar un cigarrillo en soledad. Contemplaba el cercano resplandor de las luces en los muelles. El puerto era una pequeña ciudad aparte que nunca dormía.
La presión y la calidez del brazo de Marga sobre su hombro le despegó de su ensoñación.

- ¿ En que piensas ?.
- En nada importante Marga. Es tan solo que siento miedo. Miedo a que me encierren. Miedo a perderte ahora que he vuelto a recuperarte. Miedo a haber malgastado mi vida.
- En cambio yo siento rabia, Manolo. Rabia de que esto esté sucediendo por culpa mía. Rabia de que un capricho mio nos haya llevado a esta situación. Rabia de que un hombre honrado como tú acabe en una prisión por tan poco.
- Es culpa mía, no debí tocar a ese idiota, y debía haberme limitado a elevar una queja de él a mis superiores por indignidad.

Volvieron al interior del piso, y en silencio se acostaron en su alcoba. Marga buscó sus labios con los suyos y empezó a besarle lenta y cálidamente. El frío de la noche, y el miedo, abandonaron el cuerpo de Manolo. Se abandono a la ternura de Marga, y todo su horizonte, todo su mundo, se ciñó a la suave y tibia piel de su esposa.

Llovía a cantaros sobre la ciudad la mañana en que se abrió la vista en el edificio de la Capitanía Militar. El arranque de las Ramblas estaba vació de los turistas que en toda época del año llenaban habitualmente la zona. Ni siquiera se veían a las omnipresentes gaviotas, Debian haber buscado refugio del temporál en los tinglados portuarios. A través del cristal del coche oficial, Manolo contemplaba el paisaje  del Paseo de Colón desdibujado por la lluvia. Sintió un escalofrío cuando el vehículo se introdujo en el patio del edificio.

A cualquier extraño, aquella sala repleta de uniformados con galones le habría impuesto mucho respeto, pero no así a Manolo, aunque la recargada decoración neoclásica del salón de actos tampoco proporcionaba ninguna calidez a aquél acto.

Una vez constituido el tribunal, la fiscalía pasó a relatar los cargos contra Manolo. El teniente Serrano, el letrado defensór de Vázquez, presento ante el presidente de la sala los informes médicos que se habían realizado tras el peritaje psiquiátrico. Alegaba en descargo de su defendido, inestabilidad mental que había propiciado algo tan grave como una agresión física a un superior inmediato. La defensa propuso como testimonio al médico autor del informe, y ante su ausencia, la vista se pospuso hasta el día siguiente.

Al día siguiente, el doctor Alfonso Tórt, el autor del peritaje psicológico al que había sido sometido Manolo, declaró ante el tribunal. Explicó ante los uniformados, que aquél sujeto padecía una leve síndrome paranoico, agravado por el descubrimiento de la infidelidad de su esposa con el teniente Marín. La reacción violenta, bajo su punto de vista, solo era cuestión de tiempo y oportunidad, y que a su parecer, la paliza que había sufrido el oficial, era consecuencia del estado de ansiedad provocado en el paciente por aquella situación estresante. Y que quizás, el resultado había sido leve comparandolo con otros casos similares. En su opinión, no se habría extrañado si el sargento Vázquez hubiera asesinado al oficiál. La vista quedó pendiente de sentencia por parte del tribunal.

Dos días mas tarde, el tribunal dictó sentencia. El coronel jurídico De Lafuente tomó la palabra.
- Después de deliberar, esta sala se pronuncia sobre la acusación que pesa contra el sargento Manuél Vázquez Fonseca. Declaramos al acusado inocente de los cargos de insubordinación y agresión física a un superior en acto de servicio. No obstante, decretamos su ingreso en una institución sanitaria militar para ser tratado de su enfermedad psicológica durante el tiempo necesario hasta su recuperación, o bien hasta su baja en el servicio activo, según el criterio de los facultativos asignados a su cuidado. El fiscal hizo un gesto de disconformidád. El coronel De Lafuente se dirigió a él de una forma cortante :
- Ni se le ocurra protestar, capitán. Este tribunal  da el caso por cerrado.

Manolo respiró aliviado cuando el coche oficial le trasladaba de vuelta al cuartel. Había agradecido discretamente a Serrano la hábil defensa de su caso ante el tribunal.
Fue puesto en situación de arresto domiciliario hasta su traslado a un centro hospitalario militar, donde quedaría internado por un tiempo indefinido. La sentencia era no tan desastrosa como el había imaginado. Y se había ahorrado la presencia de Marín en las sesiones del tribunal. Aquél desgraciado continuaba de baja médica y ni se había molestado en asistir al juicio.

A llegar a casa, Marga se abrazó a el con el rostro arrasado en lágrimas. Había asistido a todas las sesiones del juicio y no podía contener su pena.

- No llores más, preciosa mía. La cosa ha salido mejor de lo que yo esperaba. Solo estaré una temporada en un hospital militar. Fuera de Barcelona, eso es seguro.

Al día siguiente, Manolo no madrugó por primera vez en muchos años. Quedaba confinado bajo vigilancia hasta su traslado. Marga si había madrugado, y le tenia preparado el desayuno y traído la prensa diaria.

La mañana se le hizo extrañamente larga encerrado en casa. Se había leído de cabo a rabo el periódico y se había aburrido soberanamente  con la programación matinal de las cadenas de televisión. Se movía por el piso con la inquietúd de un animal encerrado en una jaula.
- Tendrás que irte calmando un poco, y acostumbrándote a esta situación, esto solo es el principio de una temporada que no sabes cuando acabará.- Se dijo Manolo a si mismo tratando de controlar su ansiedad.

Pasado el mediodía, casi a punto de almorzar, una llamada en el timbre de la puerta les sorprendió a los dos. No esperaban ninguna visita.

- Al abrir la puerta, Manolo se sorprendió al encontrar tras ella al coronel De Lafuente vestido de paisano. De Lafuente sonrió al ver la expresión de asombro del Guardia Civil.

- Buenas tardes Vázquez. Lamento presentarme en su casa sin avisarle. Quisiera que me invitase usted a una cerveza y poder mantener con usted una conversacion privada,  a solas.

El atónito Manolo hizo pasar a la inesperada visita al salón comedor del piso, y fue hasta la cocina a buscar un par de cervezas. Le dio instrucciones a Marga, que estaba a punto de servir el almuerzo en el comedor, para que saliese a dar un paseo por el barrio durante un rato.

Una vez a solas los dos hombres en el comedor, De Lafuente arrancó la coversación con temas triviales, tratando de romper la sorpresa y el nerviosismo que había ocasionado su inesperada visita a aquella casa.

- Le felicito Vázquez. Tiene usted un piso muy agradable, y el comedor orientado al sur le da una magnifica luz natural durante todo el día.
- Sí, tiene usted razón, pero en verano nos gastamos una fortuna en aire acondicionado para mantener la casa fresca.
- Nunca se puede tenér todo, amigo mio. Siempre hay algún inconveniente.

Siguieron unos instantes de silencio entre los dos hombres. De Lafuente observaba a Manolo con una leve sonrisa.

- Vamos a hablár del asunto que me ha traído hasta aquí, Vázquez. No se habrá creído ni por un instante que yo me he tragado lo de su supuesta enfermedad mental, ¿ verdad ?.
- Ahora veo que no, pero usted utilizó el informe médico como atenuante en la sentencia.
- Sí, pero técnicamente me podrían acusar de prevaricación, he dictado una sentencia legalmente injusta a sabiendas.

                                                             ( continuará )


martes, 7 de diciembre de 2010

VAZQUEZ ( IV )







A la mañana siguiente, Manolo despertó temprano. Aunque había descansado bien, un leve dolor de cabeza le recordaba el episodio alcohólico de la noche anterior. Se duchó para acabár de recolocar las toxinas que aún corrían por sus venas en su lugar. Tras vestirse, un café caliente, amargo y espeso acabó de templar su organismo. A punto de marcharse hacia el cuartel de Les Corts, entreabrió la puerta del dormitorio. Marga seguía durmiendo serenamente, Se acerco silenciosamente a ella y depositó un leve beso en sus labios. Ella abrió los ojos en aquél instante.
- Me marcho a trabajár Marga, no te preocupes. Estoy bien, y si no hay ninguna complicación, vendré a almorzar al mediodía contigo.

Ella contempló en la semi penumbra de la habitación, su sonrisa leve y un brillo de amor en su mirada. Envolvió los hombros de el con sus brazos y lo atrajo hacia ella, abrazándolo con fuerza. Cuando se separaron, Manolo contempló como un espeso lagrimón se deslizaba en la mejilla de Marga. El lo secó con sus dedos.
- Ni una sola lágrima mas, preciosa mía. No vale la pena. Quizás tengamos que hablar largo y tendido sobre lo que ha pasado, sobre tu y yo y estos últimos años, sobre nuestras vidas. Pero lo haremos con serenidad. Por que te quiero sinceramente, y por que no quiero perderte. Ella sonreía también, aunque las lágrimas seguían arrasando su rostro.
- ¡¡ Vamos, perezosa!!. Levantate, date una buena ducha y desayuna alguna cosa. Sal por ahí a dar un paseo y respira un poco. Y no te olvides de sonreír. No ha pasado nada que no podamos resolver.

El trayecto en autobús público hasta el cuartel le ayudo a desperezarse del todo. Aquella mañana era especialmente fría. Cuando entró en el despacho, el teniente Marín no había hecho acto de presencia por allí. Respiró aliviado, no le apetecía ver la cara de aquél canalla. Empezó a revisar el papeleo pendiente en la bandeja de su mesa y la agenda con los asuntos que habia que despachar durante el dia.

Algo mas tarde de las ocho de la mañana, la puerta del despacho se abrió, y tras ella apareció Marín. Las miradas de los dos hombres se cruzaron durante unos instantes que a Marín le parecieron eternos. La expresión en el rostro de Manolo era fría como el hielo.

- ¿ Que tal ese catarro, mi Teniente ?. Espero que esta noche haya dormido bien y haya recuperado la salud.
- Esto... Estoy mejor, Vázquez, gracias. ¿ Alguna novedad ?.
Un leve tartamudeo delataba la inseguridad que sentía Marín. Al responder a Manolo, también había palidecido visiblemente.
- Pues sí, mientras ayer usted guardaba cama debido a su enfermedad, en la terminal TCB de contenedores del puerto se descubrió accidentalmente un cargamento de armas no declaradas que iban a ser embarcadas rumbo a Liberia. Hice trasladar el alijo al depósito de Sant Andreu de la Barca, presenté el informe al juzgado de guardia, y estamos pendientes de las providencias que dicte el juez que lleva el caso.

Marín ocupó su despacho, y, al contrario de la costumbre habitual que tenia de dejar la puerta de este abierta, la cerró tras el. Manolo respiró aliviado procurando concentrase en el trabajo pendiente. Al menos no tendría que contemplar aquella odiosa cara.

Sobre la once, una llamada del juzgado que llevaba el caso, les hizo llegar instrucciones de volver al puerto, para tomar una declaración previa al jefe de turno de los estibadores, y a los agentes de aduanas que habían manejado aquél flete desde su salida de Ucrania.

Vázquez y Marín salieron con el coche oficiciál. Un silencio glacial se instaló entre los dos hombres durante el lento trayécto, debido a la intensidád del trafico y a algunas obras en las calles. Fue Marín quién inició la conversación.
- Creo que le debo una explicación por mi comportamiento de ayer, sargento.
-No es necesario que me explique nada, Marín. Ayer ya estuve hablando con Marga, y lo que ha sucedido está muy claro. Es usted un sinvergüenza. Usted está soltero y por lo que sé, sin compromiso. No necesitaba meterse en la cama de otro hombre.
- Pero no solo yo soy culpable, también está su mujer.
-¡¡ Las razones que tenia Marga para ponerme los cuernos con usted, las tengo muy claras !!, teniente. Pero lo que también tengo muy claro es que usted es un sinvergüenza indigno del uniforme y del rango que ostenta, y mucho menos de la confianza que implicaba mi amistad y la de mi esposa.
- ¡¡ Es intolerable que un subordinado me insulte de esta manera !!.

Cuando las últimas palabras de Marín resonaron dentro de automóvil, casi habían alcanzado el acceso al puerto desde la Ronda del Litoral. Vázquez desvió el vehículo hacia un descampado junto a la salida de la autovía, cerca del acceso al cementerio de Montjuích. Detuvo el vehículo, se apeó de él, y desabrochó el cinturón con la pistolera, arrojándolo al interior del vehículo. Se despojó también de la chaqueta y la gorra ante la mirada atónita de Marín, que seguía sentado dentro del vehículo.

- ¡¡ Bájese del coche, teniente !!. Vamos a discutir esto mas allá de jerarquías y reglamentos. Ya que se ha sentido insultado, le doy la oportunidad de lavar su honor.  Marín descendió del vehículo, y también se aligeró prescindiendo de la pistolera, la chaqueta y la gorra. Se situó frente a Manolo.

Marín tenia una buena forma física, y era más joven que Vázquez. Había recibido formación en defensa personál en la academia, y no temía enfrentarse a puñetazos al maduro sargento.

Manolo levantó los puños adoptando la posición de defensa clásica de un boxeador, y el teniente le imitó. Manolo hizo  una finta con el puño izquierdo que despistó al teniente, tras lo que descargo un golpe seco y demoledor con el puño derecho en el plexo solar de Marín. El golpe inesperado, dejó al teniente desconcentrado e inerme. Fue el primer golpe de una tremenda paliza.

Media hora mas tarde, el coche oficial conducido por Vázquez, irrumpía en el Hospital Clínico a través de acceso de urgencias. Ayudó a los enfermeros a situar al semi inconsciente Marín en una camilla, y se dirigió hacia el mostrador de admisiones del servicio. Facilitó los datos del teniente a la auxiliar del mostrador.

- ¿ Que le ha sucedido al enfermo ?.
- Le han dado una soberana paliza.

Tras completár los trámites, Vázquez se subió al vehículo y regresó al acuartelamiento. Pidió ver al comandante al mando.
- Mi comandante, me pongo a su disposición. Le he pegado una paliza al teniente Marín. Lo he dejado ingresado en el Clínico para que lo atiendan debidamente.
- ¿ Que dice usted que ha hecho, Vázquez ?.
Manolo le relató serenamente lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas.

- Vázquez, lo siento, pero queda usted arrestado hasta nueva orden.

                                                           ( continuará )

jueves, 18 de noviembre de 2010

VAZQUEZ ( III )


Invirtió toda la tarde en cursar el papeleo de la aprehensión de aquella mañana en los muelles. Sus sentimientos cambiaban a ráfagas. Pasaba de la furia mas destructiva a la desolación mas absoluta en segundos. En alguna ocasión tuvo que detener el trabajo para secarse las lágrimas que sin poderlas controlar caían de sus ojos. El teléfono sonó en un par de ocasiones, y cuando desde la centralita le comunicaron que Marga estaba al teléfono, rechazó que le pasaran la llamada.

Cuando tuvo el expediente cerrado, acudió con el coche oficiál al juzgado de guardia para cursar la denuncia de aquél asunto. Volvió al cuartel pasadas las ocho de la tarde. Del teniente Marín, no había ninguna noticia, no había aparecido por allí en todo el día. Pensó que aquella comadreja estaría a aquellas horas encerrado en su vivienda. Se vistió de paisano y salió a la calle. Paseando, desde el cuartel a su domicilio había poco más de media hora de trayecto. Inició el trayecto sin demasiadas ganas, caminando sin prisas en dirección a casa. ¿ Su casa, realmente era su casa ?. Podía llamarle hogar, pero ahora que lo pensaba bien, habitualmente pasaba muchas más horas fuera de ella que allí. Realmente era la casa de Marga. Aunque había también trabajado durante años, Manolo se había empeñado en que no era necesario que lo hiciese, que con su sueldo de suboficial tenían más que suficiente para cubrir las necesidades de los dos. Ella había dejado hacia un par de años atrás su puesto de administrativa en una industria de la Zona Franca para volcarse en el cuidado de la casa. Debía de haberse aburrido mortalmente todo aquél tiempo.

Se detuvo en un bar restaurante que había a un par de calles de su domicilio, y pidió una buena ración de Bourbon. Bebió lentamente tratando de ordenár sus ideas, contemplando durante horas el desfile de parroquianos del local. Se sentía extrañamente a gusto allí, aunque nunca había sido un cliente asiduo de bares y tabernas, dejando que el torbellino que recorría su mente se fuese calmando con el transcurso de las horas, contemplando como los últimos noctámbulos del barrio desalojaban el local.

Sobre las dos de la mañana, los camareros empezaron a pasar la escoba por el local y a recogér las mesas. Apuró el escaso licor que aún quedaba en el vaso, y recogió el casi vacío paquete de tabaco de la mesa. Tras el quedaba un cenicero repleto de colillas y unos camareros que aliviados por su marcha, bajaron la persiana metálica para evitar la entrada de algún borracho pelmazo de última hora. Se dirigió a casa con la esperanza de que Marga estuviese dormida. No se sentía con fuerzas para pedirle alguna explicación, ni tan siquiera sabia como hacerlo. El dolor que sentía había perdido intensidád, y ahora solo lo sentía como algo sordo y latente tras su cansancio.

Entró en el piso procurando no hacér demasiado ruido. Tenia la intención de echarse en el sofá del comedor para descansar. Cuando encendió la lúz del salón, vió que Marga estaba sentada allí, despierta. Le habia estado esperando en la oscuridád.

- ¿ Porqué no has contestado mis llamadas ?.
- No me apetecia hacerlo, Marga. No sabia que decirte. Ni tan siquiera lo sé ahora.

Por un instante, procuró mirár a sú esposa con los ojos de otro hombre, como si la contemplase por primera véz. Vió a una mujér temblorosa y apenada. Una mujér en la plenitúd de la maduréz y maravillosamente atractiva. El cabrón de Marín tenia buén gusto.

Tomó asiento a sú lado, encendiendo el enésimo cigarrillo de la noche, y permaneció en silencio, mirado hacia la cristalera del balcón.

- Dime algúna cosa, Manolo.
- Marga, no voy a montarte el numerito del "marido cornudo". Me he pasado años viendo esos casos a mi alrededór, y las desagradables consecuencias de los sentimientos de despecho desatados. He aprendido durante años a mantenér la cabeza fria en las peóres situaciones, y esta véz, la sigo conservando, aunque por muy poco. Tan solo tengo una pregunta : ¿ porqué ?.

Un espeso silencio se hizo en el comedor antes de que ella respondiese.

- Me sentía deseada, Manolo.

Volvió la cabeza y la miró. Unos silenciosos lagrimones rodaban por las mejillas de ella.

- Marga, ¿ me quieres, me sigues amando ?.

Ella intentó hablár, pero su voz se rompió en su garganta. Asintió vigorosamente con la cabeza. El la abrazó suavemente y la besó con una ternura que quizás no le había dado durante años. Pasaron así un tiempo indeterminado, hasta que él aflojó su abrazo.

- Anda mujer, vámonos a la cama, porqué si no, a las siete no habrá quién se levante. Y como dice un amigo mio, "el coño, una vez lavado y perfumado, queda exactamente igual como antes de follar".

Un extraño sonido, que Manolo nos supo identificar como llanto ó risa, o ambas cosas a la vez, surgió de la garganta de ella.

- Manolo, ¡¡ pero que animal que eres !!.

Se quedaron dormidos en pocos minutos. A él le venció el cansancio y el alcohol, a ella, la liberación de la tensión que había soportado todo aquél largo día.

( continuará )

lunes, 8 de noviembre de 2010

VAZQUEZ ( II )


Manuél Vázquez recibió el aviso del hallazgo de las armas por los estibadores en su despacho del acuartelamiento de la Avenida de Madrid algo antes del mediodía. Cursó las instrucciones oportunas para que una furgoneta del cuerpo se desplazase tras su coche oficial para recoger el alijo de armas y transportarlo al deposito.
Aquél día estaba al mando de la unidad. El teniente Marín, su oficiál jefe, había llamado a primera hora de la mañana para excusar su ausencia a causa de un fuerte catarro.

- Cuidese jefe, y quedese hoy en la cama, hoy hace bastante fresco y aún podría empeorar más.- La respuesta de Vázquez fue sincera. Sentía por aquél oficiál simpatía, y había establecido con él una franca amistád. El y Margarita habían ejercido con aquél muchacho de anfitriones, había sido destinado a la unidad algo menos de un año atrás, y no conocía absolutamente nada de aquella ciudad. 
  
Al preparar la documentacion que debía llevar consigo, echó en falta la cámara fotográfica. Recordó que la había olvidado en su domicilio. El fin de semana anterior, el y Marga habían pasado un par de días en Camprodón, en las faldas de los Pirineos y habían utilizado la máquina para tomar unas instantáneas de los paisajes de la zona, del pequeño y pintoresco pueblo, y de las cumbres aún nevadas de los montes.
- Tendré que pasar por casa a recogerla, y susbstituír el carrete. No vaya a ser que los del laboratorio crean que he fotografiado el puente románico de Camprodón por ser una construcción ilegal, je, je.

Pasar por su domicilio no suponía perder demasiado tiempo, él y Marga vivían en un ático del Paseo de la Zona Franca, en cuyo arranque estaba situada uno de los accesos al puerto. Mientras el ascensor subía a las últimas plantas, recordó que había guardado la cámara en la cómoda del dormitorio.

Entró en el piso con prisas. Se extrañó de que la puerta no estuviese asegurada con la doble cerradura,  el silencio en la vivienda aparentaba la ausencia de su esposa. Al abrir la puerta del dormitorio, la imagen que contempló en la penumbra que filtraba la persiana de la ventana hizo que su mano se crispase sobre el picaporte de la puerta. Marga estaba sobre la cama, abrazada a un hombre.

Distinguió bajo aquella luz tenue el rostro de Alonso Marín, su superior. No supo que decir, ni que hacer. Por unos instantes, los tres permanecieron inmóviles y en silencio, un silencio espeso que presagiaba una tempestad.

Finalmente, Manolo se dirigió a la cómoda, y abriendo el cajón superior, extrajo de el la cámara enfundada en su estuche. Volvió hacia la puerta de la habitación y antes de salir y cerrarla tras él, comento :

-¡¡ Menudo catarro !!..... pájaro.

Descendió a la calle corriendo por las escaleras, como si huyese de algo o alguien que le persiguiese. Una vez en el vestíbulo, se detuvo unos instantes para recobrar el aliento y la compostura. Se arreglo el uniforme, y salió a la calle, intentando ordenár sus ideas.

Subió al coche oficiál cerrando la puerta con un golpe violento, y ordenándole al conductór :
- Tira para la terminál de contenedores, Antonio.
Antonio, el agente que conducía el coche, observó atónito cuando se detuvieron en el siguiente semáforo, como Manolo rebobinaba violentamente el carrete fotográfico que había en el interior de la la cámara, abría esta y lanzaba el carrete lejos a través de la ventanilla abierta.
- ¿ Se encuentra usted bien, mi sargento ?. No tiene buen aspecto.
- Cosas mías, Antonio, cosas mías. Vamos a ver que nos encontramos en los muelles. 

Cuando finalmente llegaron a la terminál de contenedores, Vázquez revisó la documentación del flete marítimo. Aparte del contenedor siniestrado, había dos mas con idénticos remitente y destinatario. Al revisar estos, aparecieron más armas militares sin declarar. Además de los fusiles de asalto, descubrió un lote de ametralladoras, lanza granadas y munición diversa para todo aquél armamento. Pidió por radio el envío de un camión pesado donde cargar todo aquél alijo ilegal, y solicitó su deposito en uno de los acuartelamientos con más espacio, más modernos y más vigilados de los que disponía el cuerpo en toda la provincia de Barcelona. En total, había una docena de toneladas de armamento diverso.

Realizó todas estas tareas de una forma automática, con la sincronía que dan años de práctica, sin pensar apenas en lo que estaba realizando. No podía substraer de su pensamiento la imagen que había contemplado en su casa. Cuando terminó la documentación necesaria para hacerla llegar al juzgado de guardia, eran cerca de las tres de la tarde. No sentía apetito alguno, y mucho menos, deseos de regresár a su casa.


Continuará

martes, 26 de octubre de 2010

VÁZQUEZ



- Manolo, ¿ quieres explicarme de una puñetera véz que demonios haces tú internado aquí ?. - La vóz de Timoteo parecia llegár a los oidos de Vázquez desde una grán distancia. Estaba tumbado en la cama, con los brazos cruzados trás la cabeza, y con la mirada colocada en el blanco impoluto del techo. A fuerza de mantenér la mirada fija en la claridád, el techo se perdia en medio de sombras lechosas en sú retina

- ¿ No aparento estár muy loco, ¡eh!, Timo ?.
- La verdád es que nó, incluso diria que eres demasiado lúcido, completamente cuerdo.
- Está bién, te voy a explicár una historia algo larga, y sobre todo, aleccionadora y con la que espero que escarmientes en cabeza ajéna. Una historia sobre una derrota personál, sobre mí fracaso, y que tiene que enseñarte que en la vida, suceda lo que te suceda, siempre tienes que mantenér la lucidéz. Tienes que sér siempre el dueño de tú destino, porqué si nó, siempre estarás dependiendo de las carambolas del destino, de las buenas o malas decisiones de los demás.

Manuél Vázquez Fonseca tenia cuarenta y cinco años. Habia nacido en un pequeño pueblo de Cantabria, hijo de un número de la Guárdia Civíl. Desde sú niñéz, habia tomado la decisión de seguír los pasos de sú padre, en ingresár en el cuerpo. Nada más cumplír los dieciseís, entró en la escuela de guardias jóvenes "Duque de Ahúmada" de Valdemoro, en Madríd. Recorrió varios destinos por todo el país, incluyendo un par de años en el País Vasco, en un pequeño acuartelamiento que vivia bajo la permanente tensión de la amenaza del terrorismo etarra, cerca de Bilbao. Allí volvió a coincidír con una antigua compañera de juegos infantiles, que como él era hija de un miembro del cuerpo.

Margarita tenia por entonces veinte años y una tremenda belleza. Era hija de un antiguo superiór de sú padre. Con ella habia compartido infancia y juegos, aunque era un par de años más jóven que Manolo. Habian sido algúnos años compartidos en aquél pueblo de la costa Cántabra. Felices e inocentes veranos de playa, cursos en la pequeña escuela rurál, y estrecheces en la pequeña casa-cuartél. Llevaban diéz años sin verse, desde que el padre de Margarita fué trasladado a otro destíno. Aquella mocosa junto a la cuál habia correteado saltando olas en las playas norteñas se habia convertido en una mujér esplendida.

La vida cotidiana de semi reclusión que imponia la seguridád en aquél cuartél del País Vasco los hizo convivír otra véz estrechamente, y entre Margarita y aquél jóven guárdia nació el amór. Se casaron un pár de años más tarde. Aún recordaba sú belleza casi hiriente el dia en que se casaron. Sú corta melena morena, de un negro profundo, casi azulado, enmarcando su sonrosada piel y aquellos ojos de un verde esmeralda, que le miraban expresando amor y devoción. Parecía que hubiesen pasado míl años desde aquél instante.

Después vinieron años de felicidad. Manolo hizo los méritos y los cursos pertinentes para alcanzar el grado de sargento. Se integró dentro de la policia judicial y consiguió un destino en Barcelona. Marga siempre había sido una esposa responsable. Trabajó en varios empleos siguiendo los destinos de Manolo, contribuyendo al levantár el hogar común. Era una mujer inteligente y culta, Manolo se sentía orgullosos de ella, y un privilegiado por compartír su vida con una persona de su talla. No habian tenido híjos.

Dentro de las competencias de la policía judicial, recaen los delitos relacionados con fraude fiscal, trafico de drogas, y trafico de armas entre muchos otros. Barcelona disfruta del segundo puerto comercial en trafico de mercancías de todo el Mediterraneo, justo detrás del puerto de Marsella. Ello implica que algunas veces, junto con las mercancías legáles, en el puerto se introduzcan otras que no lo son tanto, camufladas entre el resto de los muchos contenedores que diariamente se descargan en los muelles.

La mañana en que se desencadenaron los hechos que culminaron con el internamiento de Manuel Vázquez en un pabellón psiquiatrico, amaneció despejada, ventosa y fria, una mañana típica de fines de invierno en Barcelona. Sobre las diéz de la mañana, una grúa rodante de la terminál de contenedores transportaba un viejo contenedor hacia el muelle donde esperaba un carguero con destino a un puérto africano. El contenedor tenia a sus espaldas bastantes millas navegadas, y estaba en un precario estado de conservación, muy "zurrado" en la jerga de los estibadores. Procedía del puerto ucránio de Odessa, y tenia que ser reenviado a una republica centroafricana. Según la documentación de origen, contenia repuestos para maquinaria agrícola, y la carga había superado una primera inspección visuál.

Repentinamente, dós de los anclajes que sujetaban el contenedor a la grúa, cedieron, provocando la caida del cajón. Las puértas cedieron, y toda la carga acabó desparramada sobre la explanada. La estibadora frenó en seco la grúa jurando en arameo, y avisó por radio al control de tráfico del incidente. Cuando los trabajadores portuarios se acercaron al contenedor siniestrado para arreglar el estropicio y trasladar aquella carga a otro intacto, vieron claramente que no todo el material correspondía a la carga declarada. Entre transmisiones de potencia, cajas de cambio y piezas de motor, aparecieron algunas cajas de madera reventadas por el impacto. Contenían fusiles de asalto de fabricación soviética.

- Habrá que avisár a los Civiles, ¡¡ mecagüendiéz!!, con el tráfico que tenemos hoy, y esto tirado justo aquí en medio.- Renegó a vóz en grito el jefe de turno.


( Continuará )

domingo, 17 de octubre de 2010

RECONSTRUCCIÓN


Timoteo estaba inmerso en una timba de póker en una de las habitaciones del pabellón.
Los hombres sentados a la mesa miraban con un ojo las cartas que había entre sus manos y con el otro el rostro de los otros integrantes. Salvo Timoteo, que estaba concentrado en los naipes entre sus dedos. Depositó dos fichas más en el centro de la mesa, junto con dos naipes descartados.
- Voy con dos mil más y quiero dos cartas.
Los demás jugadores igualaron la apuesta y Timoteo recibió de la banca los dos naipes reclamados. El resto de jugadores esperó que él hablara, ya que jugaba de mano y a él correspondía elevar la apuesta ó ver las cartas.

Desplegó sú mano sobre la mesa.
- Full de ases y dieces.
- ¡¡ Jodér!!, otra mano a la mierda.
- ¡¡ Niño, te estás pasando bastante!!.
- Tienes una suerte tremenda, só cabrón, ¡¡ un full después de un descarte doble !!. Esto ni es póker, ni es nada.

Timoteo recogió silenciosamente sús ganacias de la mesa y recontó sús fíchas en pulcros montones en mitad de la algarabía de las protestas del resto de jugadores.
- ¿ Hace otra ronda de manos, muchachos ?-, preguntó al resto de los jugadores. Tan solo uno de ellos se dignó responderle.
- ¡¡ Y una mierda !!, con la racha que llevas hoy, perdería la mensualidad.
En vista de la renuencia de los demás a seguir jugando, se dirigió al sargento Vázquez.
- Manolo, saca la libreta y anota el balance de las partidas de hoy, por favor.
Vázquez anotó cuidadosamente el balance de pérdidas y ganancias. Aunque jugaban con fichas valoradas, a final de mes, una vez cobrada la paga, se saldaban las deudas ó las ganancias.

- ¡¡ Vázquez, llévate a este mocoso de aquí, y convence a la pantera de que le aumente la medicación, a ver si mañana está más atontado y podemos rehacernos, ¡¡ coño !!- , tronó uno de los jugadores desplumados.
- Eduardo, díselo tú a la pantera, si es que tienes narices-, respondió Vázquez en tono socarrón.

Rosario Serrano, más conocida entre los internos como la pantera, era la enfermera-jefe encargada del pabellón. Rebasaba en algo la treintena de edad, media sobre metro setenta y tenia un físico agradable, fuerte y equilibrado. Era una mujer bella, tremendamente atractiva. Y como no podía ser de otra manera, con un fuerte carácter y un terrible genio que le permitia mantenér en su sitio de una manera práctica y radicál a toda aquella pandilla de desequilibrados que habitaban en el pabellón de psiquiatria. El último interno que intentó propasarse con ella aún tenia pesadillas y sentia dolor en la entrepierna. El doctór Madero se sentía un privilegiado por tenerla como ayudante. Aplicaba los tratamientos de una forma escrupulosa e impecable, cuidaba de que a los internos no les faltase ningúna atención, y sobre todo, mantenía el orden a rajatabla.

Vázquez y Timoteo regresaron a sú habitación un véz liquidados los flecos de las manos de póker. Los celadores estaban a punto de repartír la cena por las habitaciónes.

 Recomendár la lectura al al chico habia sido un aciérto. Vázquez habia observado como en una semana escasa el muchacho salia de sú aislamiento leyéndo vorázmente todo lo que caia en sús manos, y paulatinamente se incorporaba a las actividades que desarrollaban los internos del pabellón de psiquiatria. Se habia convertido en un depredadór de la mesa de juego, y en escasos dias habia acumulado una buena cifra de ganancias. Era un fino observadór del comportamiento de sús contrincantes, y distinguia perféctamente cuando álguno de ellos llevaba una "mano", una jugáda decente, o sencillamente se estaba marcando un "faról" con cartas inconexas y sín valór. También parecia tenér suerte en los momentos comprometidos, como en la partida que habia cerrado la sesión de hoy.

Timoteo se sumergió en la lectura del último libro que habia caido en sús manos procedente de la biblioteca del hospitál : "Historia de la Filosofía", de Bertrand Rússell.

Después de la cena, el muchacho prosiguió sú lectura mientras Vázquez atendía a la emisión del telediario noctúrno en la televisión.
Timoteo interrumpió súbitamente el ensimismamiento de Vázquez en la ración diaria de declaraciones de políticos, desastres cotidianos y partes meteorológicos.
- Manolo, ¿ tu crees en Diós ?.
Vázquez tardó algo en respondér a Timoteo. Durante esos segundos, la mirada fija del chico en sú rostro tenia como fondo sonoro la crónica de un lejano huracán que barria las costas de florida. Sostenér aquella mirada hacia daño.
- Sss.., sí, y nó.
- ¿ En qué quedamos Manolo, crees o nó crees ?.
- Quiero decír que soy agnóstico, que creo en un creadór, en una inteligencia superiór que diseñó e hizo todo esto. Pero....- Vázquez guardó un momento de silencio, tratando de ordenár sús ideas y estructurár lo que iba a decír.- Pero que no tenemos ningua  importancia para ÉL, que como un artista que esculpe una figúra, una véz acabada sú obra, nos colocó en un rincón y se ha desentendido ú olvidado de nosotros. Vamos, que no interviene para nada en nuestra existencia y en nuestro destino.
- Yo no creo que exísta Manolo. No puede existír.
- ¿ Como estás tan seguro, nene ?.
- Es la gran pregunta que siempre se ha hecho la humanidád, pero tiene una respuesta muy clara. ¿ Es que Diós quiere eliminár la maldád pero no puede ?, entonces seria impotente. ¿ Es capáz de eliminarla pero no desea hacerlo ?, ¡¡ entonces seria malvado  !!. ¿ Es capáz de eliminarla y desea hacerlo, ¿ entonces de donde surge el mál ?. ¿ Es incapáz de eliminarlo y no desea tampoco hacerlo?, ¿ entonces porqué llamarle Diós ?.
- Es un raciocinio demoledór, pero es demasiado profundo para sér tuyo.
- Prefiero creér que Diós no existe antes de tenér que creér que Diós es un malvado que nos permite sér tán miserables. Pero tienes razón, Manolo, es un pensamiento de David Hume, un filósofo inglés del siglo XVIII, el padre de la teoria filosofica empirica.

Trás pronunciár la última frase, Timoteo acariciaba la portada del libro cerrado que apoyaba en sú regazo.

Se hizo un silencio largo entre los dós. La televisión vomitaba anuncios comerciales sin interrupción. Manolo se habia tumbado en la cama con los brazos trás la cabeza, y la mirada puesta en el techo.

- Manolo, ¿ y tú porqué estás encerrado aquí ?.
Vázquez mantuvo la mirada en el techo, y emitió un largo suspiro, seguido de un prolongado silencio.
- Buena pregunta chico, pero es una historia bastante larga.
- Como tú dices, tenemos todo el tiempo del mundo.

viernes, 30 de julio de 2010

DESOLACIÓN


Vázquez y el doctor Madero estaban reunidos en el pequeño despacho que él último tenia en el pabellón.
 - Alejandro, invitame a un poco de ese "jarabe" que guardas para las visitas, anda, generoso.
Madero abrió un cajón de uno de los archivadores metálicos donde guardaba los expedientes y la documentación, estiró el brazo para llegár al fondo, y extrajo una botella llena de un liquido ambarino, sin etiquetas, sacó un pár de vasos de plástico de otro cajón del escritorio y los llenó hasta la mitád.
- Este orújo de hierbas es una mariconada, Alejandro, prefiero el genuino, tiene más empaque que este aguachirri.
- Manolo, no me toques las narices. Ya sabes que aquí dentro están prohíbidas las bebidas alcohólicas, y aún más los licores. Al menos con el orujo de hierbas tengo la excusa de que lo uso para fínes medicinales y autoconsumo. Cuando salgas a la calle, por mí como si la "pillas" de escocés de malta reserva doce años. Anda, bebe tránquilo, desagradecido.
Los dós hombres bebieron el licór de sús vasos. Manolo de un solo trago, y Alejandro Madero de tragos breves, paladeando el licór casero.
- ¿Sabes qué Alejandro?, aún le pillaré el "bouquet" a este brebaje aguado, cada véz que lo pruebo, me parece menos malo.
Eso era lo más parecido a un elógio que se podia esperár de los labios de Vázquez.
Madero miró un momento silenciosamente por encima de las gafas de leér a Vázquez.
- Me gustaria que me dieses tú opinión sobre el estado y el compórtamiento del chico nuevo, Manolo, lo puse en tú habitación y a tú cuidado porqué és un caso delicado, y porqué tú eres la persona más sensata que está ingresada aquí. Pensé que tú compañia poda sér de ayuda para él, un revulsivo al estado de ensimismamiento que tiene. Ya te comenté el diágnostico que le hice al ingresár.
- Ese chavál está roto por dentro Alejandro, allí en Móstar sucedió algo más que no sabemos, y  qué el no  explíca.  He visto el cuadro de reacción de otros soldados sometidos a fuego enémigo con bajas a sú alrededór, y es algo que en pocos dias desaparece.Tampoco una depresión habituál provoca ese estado de idiotéz y postración

Vázquez silenció el intento de suicidio del que habia sido testígo. Habia registrado las pertenencias de Timoteo cuando este dormia el sueño que los sedantes le provocaban. Salvo la pistóla y el cargadór vacio, no habia encontrádo nada más. Timoteo le habia dicho la verdád cuando negó disponér de más municiones aparte de las que Vázquez habia hecho desaparecér a través del inodoro.

- Manolo, ¿sabes que lo han propuesto para una condecoración y que seguramente se la concederán ?.       " Comportamiento ejémplár bajo fuego enémigo", es lo que dice la solicitúd de sús mandos. Están esperando a que se recupere para realizár la entrega oficiál.
- El ejército necesíta héroes y ahora son prácicamentes inexistentes, Alejandro, ese chico reálmente tiene cojones, ó al ménos los tenia. Ahora no sé si le quedarán. Está como alelado todo el dia, no pone ningún interés en lo que le rodea. ¿ Le estás dando algún tratamiento con "algo" fuerte ?.
- No, salvo ansioliticos suaves y los sedantes para conseguír que duerma relajado. Las pesadillas que sufrió la primera noche sin sedántes trás la primera operación para remendarle el balazo fueron atróces, los gritos que proferia despertaron a todos los internos del pabellón de traumatología.
- ¡¡ Pués está casi catátonico !!, solo le falta babeár.
- Manolo, te agradeceria que me echases un mano cón él. Tiene veinte y pocos años y todo un futúro por delante. Y a tí álguien también te ayudó en un momento comprometido para tí. Seria una manera de compensár tu Karma, como dicen los budistas.
- Lo haré Alejandro, pero será por el respeto que te tengo a tí, y agradecér la delicadeza que tienes commigo y mi "problemilla".
- Más que un "problemilla", era una posible sentencia entre cinco y diéz años de prisión. No se te ocurrió nada mejór que propínarle una paliza sevéra a aquél desgraciado. Algún dia tendrás que explicarme como lo hiciste, no le causaste ni una sola fráctura, ni una sola lesión permanente, peró necesitó sedación durante casi una semana para nó sentír dolóres atroces, lo hiciste técnicamente impecable. Yo también siento respeto y afécto por tí, tú no eres un criminál ni un malvádo, debajo de ese caparazón de callo acumulado que tienes por piél, hay un hombre honrado, anda Manolo, vamos a echár otro trago y a dejár de decír chorradas.

Algo más tarde, Vázquez entró en la habitación que compartia con Timotéo. El muchacho estaba sentado en una silla frente a la ventana. Aparentaba mirár absorto algo en el exteriór, pero realmente sú mente flotaba lejos de él, en un punto perdido, fuera de la realidád.

Vázquez se interpuso entre el chico y la ventana, y agitó una mano delante de sús ojos.

- ¿ Vás a seguír "colgado" en lás altúras, o te dignarás volvér al mundo reál de una puñetera véz.
- Dejéme en páz, viejo idióta.
- ¿ Viejo idiota, yo ?. Niño, ¿acaso creés que eres el único que ha sufrido algúna véz?. Aquí mismo hay gente que lo ha pasado y lo pasará peór que tú. ¿ Quieres que vayamos hasta otra planta y veámos algún caso terminál ?. Madero nos acompañará con mucho gusto para que seas testigo de lo que realmente és el sufrimiento.

Timoteo contemplaba la expresión sarcástica en el rostro de Vázquez.
- Ustéd no tiene ni idea de donde he regresado. Me siento perdído, me han robado para siempre lo que más amaba.

Se hizo un silencio que duró varios minutos. Timoteo seguia mirando más allá de la ventana abierta, pero esta véz, su expresión denotaba atención., estaba presente de cuerpo y alma.
- Chico, ¿ te gusta la lectura ?.
- Creo que sí, en los cuarteles de Ronda, me aficioné a pedír libros prestados en la bibliotéca. Aquello era una ciudád pequeña, algo aburrida y me cansé de arruinarme salíendo de bares todas las tardes. Pero cuando nos destacaron a Yugoslavia, no tenia demasiado tiempo libre para hacerlo.
- Pués aquí, salvo descansár y leér, no tienes gran cosa mejór que hacér.

Vázquez abrió su armario y hurgó en el estante superiór. Sacó un pequeño ejémplár de libro de bolsillo y se lo entregó a Timoteo.
- ¿ Quieres sabér lo que es verdaderamente un viáje al horrór ?. Pués leéte esto.
Timoteo echó un vistazo a la tapa. El titúlo era  "El Corazón de las Tinieblas", de Joseph Conrad.
- Se publicó en 1.902, chico. Pero como podrás leér, si es que decides hacerlo, es un tema intemporál. Tú no has descubierto el infiérno. Ya exístia antes de que nacieses, y seguirá aquí cuando mueras. Anímate, tiene poca extensión, casi es un cuento algo lárgo. Y es una delícia de la literatura.

Timoteo sopesó el librito. Era una edición barata, de las que se venden a bajo coste con las ediciones de los periódicos dominicáles.

-Está bién Manolo, lo haré. Muchas gracias.
- Pués hazlo con atención, cuando lo termínes, te haré un "exámen" de literatura. Por cierto, dentro de un rato montarémos unas manos de póker en la habitación de Fermín, ¿ qué tál se te dán las cartas ?.

( continuará )

miércoles, 21 de julio de 2010

PUNTO DE ROTURA



Le habian instalado en una habitación doble con una ventana desde la que se disfrutaba una magnifica vista de los jardines del hospitál. Tan solo el detalle del enrejado en la ventana le restaba algo de belleza y le recordaba a Timoteo donde estaba. Compartia la habitación con el locuáz sargento Vázquez, aunque en aquellos momentos él no se encontraba en la estancia. Sentia sú vóz, riendose a carcajadas en algúna otra de las habitaciones del pabellón.

Se sentia fatigádo y desganado. Pero decidió ordenár la ropa y sús pertenencias, colocandolas en el armario que le habian asígnado. Era un armario empotrado, de doble cuerpo, amplio. No tenia nada que vér con los armarios taquilleros de los acuatelamientos por los que habia pasado. Allí por lo menos, podria tenér sú ropa ordenada con pulcritúd y comodidád, sin tenér que revolvér entre montones apilados de ropas para conseguír alcanzár lo que necesitase. Vació la bolsa de deporte, donde guardaba la ropa de paisano que utilizaba fuera de horas de servicio, y procedió a hacér lo mismo con el petáte, donde guardaba los uniformes reglamentarios, los accesorios de limpieza y el resto del "ajuár" legionario.

Ya casi habia acabado y llegó a las toallas que ocupaban el fondo de la bolsa de tela. Notó el peso y la rigidéz de aquél bulto en las entrañas de aquella toalla plegáda. La habia olvidado por completo, y era un auténtico milagro que hubiese pasado desapercibida para todo el mundo. Parecia que habia pasado un milenio desde que la guardó allí, en los últimos dias que habia pasado en Móstar. En otra vida.

Fué una de las últimas noches libres que tuvo la semana anteriór al incidente del hospitál. Como casi todas las noches que libraba de servicio, estaba en aquella taberna de la calle Onescukova que los hombres de sú unidád habian convertido en un clúb casi exclusivo para ellos. El dueño del locál estaba encantado con ellos, eran jóvenes, consumian casi toda la cerveza que podia conseguír, y pagaban religiosámente en dólares.
Cuando los legiónarios invadian el locál, raros eran los parroquiános croátas que permanecian allí.

Timoteo estaba sentado en una mesa situada junto a la puerte del locál, cuando se escucharon varios dispáros procedentes de la calle. Inmediatamente le vinieron al pensamiento las frecuentes broncas que les habia largado el comandante por la costumbre que tenían de reunirse allí, "son ustedes un blanco perfecto de público dominio para esos cabrones ", era la frase con la que habia definido un hipótetico atentado.
Pero siempre podia más el ánsia de diversión y la despreocupación juveníl. Allí ténian al menos algo de intimidád.

Timoteo se parapetó en el laterál interiór de la puerta y echó un vistazo a la calle. Estaba completamente desierta, salvo por un hombre de mediana edád, tambaleante en el centro de la calle, con evidentes signos de ebriedád y una pistóla autómatica en la mano. Lógicamente, los transeuntes habian desáparecido de todo el sectór de la calle que abarcaba sú vista. Palpó el bulto tranquilizadór de sú própia arma bajo sú ropa, y salió a la calle con las manos vacias, caminado hacia aquél borracho. Se situó frente a aquél energumeno, que le observaba sorprendido y tambaleandose y extendió la mano.
- ¡¡ Dáme esa pistola, jódido borrácho !!.
Como era de esperár, aquél individuo no entendia ni jota de castellano. Pero entendió el gesto e intento apúntar a Timoteo con el arma. Sin grandes dificultades, Tiomoteo desvió la mano del borracho con sú mano izquierda hacia arriba, y estampó un fuérte puñetazo en la cara de aquél desgraciado con la derecha. El golpe sentó al beodo en el asfálto con la naríz convertida en manantiál de sangre.
- ¡¡ Y ahóra, largate de aquí, raús, fóra, alléz, oút of there!!. Timoteo le chilló en todos los idiomas que conocia, gesticulando ostentosamente con el arma incautada. El beodo ensangrentado captó el mensaje a pesár de sú estado,  se alejó correteando con algúnos trópezones y desapareció trás una esquina.
Timoteo permaneció en medio de la calle, arma en mano, con la adrenalina alfileteando por sús venas. Lentamente, la calle se pobló de gente de la barriada. Álguien puso una mano en el hombro del legionário, musitando sú agradecimiento con palábras que él no comprendia.

Entró en el bareto, entre las caras de asombro de sús compañeros, aún pasmados por la rapidéz con la que habia sucedido todo.
- ¡¡  Mecagüendiéz, a vér si ni siquiera se puede bebér una cerveza en páz en este puto pueblo, coño yá, jodér !!. Reafirmó sús palabras depositando con un fuerte gólpe encima de la mesa la pistola del beodo.
El nerviosismo del momento le provocaba a Timóteo usár todo el repertorio de palábras malsonantes que conocia, y que usuálmente nunca utilizaba. Quizás porque el résto de los legionarios nunca le habian escuchado expresarse así, reinaba un siléncio espeso en el locál.
La reprimenda en vóz del teniente Cápdevila, surgiendo del fondo del locál, no se hizo esperár.
- ¿ No te parece suficiente el riesgo que yá corremos de servicio intentando ponér órden entre estos cavérnicolas, capúllo, como para buscárte más aún ?. "Eso" era un asunto de los "pólis" croátas.
- Si no me equivoco, mi teniente, llegarán aquí dentro de veinte minútos, y a esas altúras, ese cabrón habria liquidado a cualquiér desgraciado que se hubiese puesto a sú alcánce.
Capdevila no replicó. En cuanto a la "rapidéz" de los "polis", no podia más que darle la razón. Pero no le gustaba el comportamiento temerario que habia exhibido su subordinado. Desde aquella triste tarde en la que apareció el cuerpo sin vida de una muchacha en aquella misma calle, con un tajo que llegaba desde el púbis hasta el cuello, Timoteo se mostraba aféctado y nervioso. Él no se lo habia contado, pero sospechaba que Timoteo habia mantenido algún tipo de  relación con aquella chica asesinada  tan cruélmente.

Los soldados volviéron a reanudár sús convesaciones entre ellos, las partidas del futbolín, y a bebér cerveza tranquilamente. Timoteo habia dicho la verdád, mas tarde apareció un coche-patrulla de la polícia, que se limitó a dár un pár de vueltas a la calle, desapareciendo rápidamente.

Timoteo centró sú atención en la pistóla que habia incautado a aquél desgraciado. Era una pistola Colt modelo "Combat Commander" del calibre 45. Era más compacta que la Beretta de 9 milimetros reglamentaria que llevaba bajo la sudadera que vestia. La culata era más fina, y albergaba un cargadór más delgado que el de la Beretta, con una capacidád máxima de siete balas. Al extraerlo, vió que aún quedaban dós balas, y extrajo una tercera de la recámara del arma. la colocó cuiadosamente en la fila del cargadór y observó el arma. Estaba prácticamente nueva, y aún conservaba una parte de la grasa de expedición en los mecanismos.
- Una auténtica belleza, solo caben ocho balas, pero si no liquidas algo cón dós o trés, ¿ para que quieres doce disparos ?, pensó
 Era un misterio de donde conseguia las ármas aquella gentuza enzarzada en una cruél guerra civíl, pero hasta ahora, todo el armamento que habian observado en podér de los dós bandos eran piezas relativamente antíguas, pero aún letales. Los traficantes de armas de medio mundo debian estár acumulando beneficios exhorbitantes a costa de la muerte de aquellos desgraciados.

Decidió quedarse con aquella pístola, no sabia bién porqué. Quizás por la belleza mortál de aquella pieza, quizás porque podia sér un arma discreta para llevár bajo la ropa.

Y ahora estaba allí con él, en la habitación del hospitál, en Madríd, como un animál fuera de sú hábitat naturál, porque allí, se curaban los destrozos físicos que causaban tristes juguetes como aquél. Como el recordatorio de que le infiérno podia exístir en la tierra. Oservó el brillo azúlado del pavonado, resáltado por la lúz de la tarde que entraba a raúdales por la ventana. Desde algúna otra habitación, llegaban los ecos de una canción de  Leonárd Cohén :

I´m guided by the signal on the heavens......
I´m guided by the pérfect lock of my skin....
I´m guided by the beauty of the weapons....
First, we take Manhattan, and we take Berlín...

( Me guia la señál en los cielos................
  Me guia el perfécto cierre de mi piél.....
  Me guia la belleza de las armas............
 Primero tomaremos Manhattan, y tomaremos Berlín....... )

Extrajo el cargadór de la pistola, y observó que los trés cartuchos seguian allí. Volvio a cargar el arma, quitó el sguro y desplazó hacia atrás el cerrojo, cargandola. Levantó la Colt, apoyandola en sú sién. Llenó los pulmones de aire, y apretó el gatillo cuando la canción que sonaba de fondo aceleraba sú rítmo.

Timoteo se sorprendió escuchando tan solo un chásquido metálico en véz del disparo. Tiró del cerrojo, y un cartucho intácto cayó en sú regazo. Observó la bala. El percutór habia golpeado el fúlminante, pero la bala no habia funcionado. Leyó los minúsculos carácteres grabados en el culote del proyectíl
- ¡¡ Mierda de munición china!!, exclamó.
Volvió a levantár el arma hacia sú sién, pero a la mitád del recorrido un grito lo parálizó.
- ¡¡ Quieto con ese trasto, niño!!.

Lá vóz del sargento Vázquez tuvo la cualidád de paralizarle, y se giró lentamente hacia la puérta.
Allí estaba el guárdia con su sempiterno chándal deportivo.
- ¡¡ Dame ese arma sin hacér tonterias, nene!!. Vázquez se dirigió hacia él con la manos extendida. Tomó la pistola y la vació de munición, recogio también el proyectíl fallido, y entrando en el lavabo, se deshizo de la munición tirandola en el retréte y accionando la cisterna. Colocó el cargadór en el arma, y le preguntó al chico :
- ¿ Tienes más municiones ?.
Timoteo negó con la cabeza.
- ¿ De done coño ha salido este cacharro ?.
- Recuerdo de Móstar, la guardé allí en el petáte y la acabo de encontrár ahóra, respondió con vóz inexpresiva.

Vázquez tiró la pistóla encima de la cama.
- Vuelve a guárdarla donde la escondias. Sí álguien la vé, se vá a formár un buén follón,y Madéro se cargará  el marrón. Y eso no me gustaria nada, pàra nada, ¡¡ es un buén hombre !!.
- ¡¡ Soy un puto desatre !!, ni siquiera sirvo para pegárme un tiro.

( Continuará )

martes, 6 de julio de 2010

PABELLON PSIQUIATRICO





 El capitán médico Alejandro Madero salió a media tarde de sú oficina en el pabellón psiquiatrico del hospitál militár Goméz Ulla de Madríd. Se dirigió a una de las habitaciones situadas en el mismo pabellón. Al entrár en ella se la encontró vacia.
- ¿ Donde cojones se habrá metido Vázquez?.

Frustrado, volvió al pasillo. Escuchó un murmullo que delataba una conversación alegre en una de las habitaciones al fondo del pabellón.
Al entrár en aquella habitación, el espectaculo que contempló, aunque previsible, no dejó de irritarle un poco.
Cuatro internos estaban sentados alrededór de una mesilla que habian situado en el centro de la habitación. Naipes y fichas ocupaban la mesa, al parecér estaba en marcha una partída de póker, en el momento de sú máximo apógeo. Otros cuatro internos más seguian la evolución de la mano alrededór de la mesa. Ninguno de ellos reparó en la entrada dél médico en la habitación. El vozarrón de Madero les sacó de su ensimismamiento en la partida.

- ¿ Han llamado los caballeros al servicio de habitaciónes?, ¿ necesitan acaso unas copas para amenizár el entretenimiento ?, ¿ o prefieren que les sea servida la merienda para redondeár el evento ?.
Durante unos segundos, se hizo un silencio espeso en la habitación.
Entre los jugadores sentados a la mesa, habia un hombre maduro que aparentaba rondár los cuarenta años de edád, algo más jóven que el capitán Madero. Vestia un chándal deportivo con los distintivos de la Guardia Civíl. Era de mediana altúra, con un físico fibroso y fuerte, pelo negro algo corto veteado por algúnas canas. Tenia la téz moréna, rasgos finos y atráctivos, y un bigote frondoso y cuidado también con algúna cana, daba un toque enérgico a sú rostro. Era el sargento primero Manuél Vázquez.
- Manolo, tengo que hablár en privado contigo, acompañame al pasillo

- No se enfade con nosotros, mi capitán. Sencillamente combatiamos el aburrimiento echando unas manos.
- Manolo, yo diria que estás desplumando a esa pandilla de ingenuos, ¿ desde cuando para matár el aburrimiento se juega con fichas de colores ?. Mira Manolo, vengo a hablár contigo porque tú eres el miembro de más edád y con más graduación de todos los internos del pabellón. Y como todos sabemos por aquí, sú lider naturál. Esta tarde voy a trasladár a este pabellón a un muchacho que han dado de alta en traumatologia, pero que tiene serios próblemas de ánimo. No es el caso de vosotros, los nueve que estaís ingresados aquí, sois una pandilla de enchufados, escaqueados del servicio activo, cuentistas, inmaduros y cantamañanas diversos que habeis encontrado una zona de sombra en el reglamento de sanidád militár que os permite tomaros unas vacaciones en lo más parecido a un hotél balneario que exíste dentro de la Fuerzas Armadas Españolas.  Quiero que te hagas responsable personalmente de su bienéstár y tranquilidád mientras dure su ingreso aquí. Ese chico las ha pasado putas en Bosnia, y tengo que diagnosticarle, tratarle, y recuperarlo a la cordura, ¿ me has entendido ?.
-Perfectamente, mi oficiál. No debe preocuparse, haré todo lo posible para que el muchacho se sienta como en casa.
- Manolo, con ese bigote no podrias pasár por su mádre, una mujér atractiva por cierto. Me conformo con que no le gasteís ningúna broma pesada de las vuestras y pueda tenér tranquilidád. Volveré con él dentro de un rato, cuando arregle el papeleo con los de traumatologia.

Tres cuartos de hora más tarde, Timoteo se dirigia al pabellón psiquiatrico cargando el petate y una bolsa de deportes, acompañado de Madero. A través de la puerta ligeramente abierta del pabellón, Vázquez observó como se acercaban. Se giró hacia el pasillo interiór, donde aguardaban el resto de lo internos diciendo :
- Ya están aquí, venga, preparemos el "espectaculo".

Cuando Madero empujó las puertas del pabellón acompañado de Timoteo, un extraño y estrafalario espectáculo se ofreció a los ojos de los dós. Al grito de : "venga chicos, ¡¡ más fuerte !!, que ya se mueve, ya es nuestra", los internos, todos a una,  empujaban con todas sús fuerzas una de las paredes. Timoteo abrió desmesuradamente los ojos al contemplár aquello, exclamando :
- ¡¡ Madre mia, esto es un manicomio de verdád !!.
El enfadado y cortante vozarrón del capitán Madero paralizó la escena :
-¡¡ Vázqueeeeezzzz !!.


( continuará )


domingo, 27 de junio de 2010

LA LUNA SOBRE MADRÍD




El sargento Antonio Díaz recogió el fusíl caido sobre la acera, después de ordenár a una parte del pelotón de soldados inspeccionár el edificio desde el que habian partido los disparos. No tenia demasiadas esperanzas de encontrár allí al "paco", el francotiradór croáta que habia disparado. Si el disparo de Timoteo no lo habia matado ó malherido lo suficiente, a estas alturas se habria dado a la fuga a través de las terrazas de los edificios circundantes, y disponia de muy pocos hombres como para aislár el barrio buscando a álguien recién herido por un disparo. Quizás los milicianos musúlmanes de la zona consiguieran atraparlo. Y si así era, los bosnios no lo entregarian, al menos vivo. Que el cielo se apiade de ese desgraciado si eso llega a  suceder.

Se asombró al examinár aquélla arma. Reconoció el fusíl por habér visto algúna pieza identica en los museos del Ejército, Era un Kar-98, el fusíl reglamentario que utilizó la Whermacht alémana durante la segunda guerra mundiál. Montaba una mira telescópica, una ligera abolladura en la visera daba testimonio de sú caida desde el tercér piso. Por lo demás, el fusíl y la mira presentaban un mágnifico estado de conservación. Observó que el arma habia estado fabricada ex-profeso para un francotiradór, el numero de serie grabado en el fusíl y el de la mira coincidian. Maldiciendo la capacidád para matár de aquél fusíl casi setenta años despùes de fabricado, Diáz accionó varias veces el cerrojo hasta vaciár la recamara, y estrelló el arma repetidamente contra el mástil de una farola callejera hasta dejarla inservible.
- ¡¡ Cabrones de ustachas !! , siseó entre dientes.
Se dirigió hacia la columna de vehículos a las puertas del hospitál.
- ¿ Como está el cabo Bofarúll ?.
Cuando la patrulla regresó al hospitál, informaron al sargento Dïaz de que habian localizado un cadaver en la tercera planta de aquél edificio de viviendas con un balazo en la cabeza. Vestia una cháqueta militár con emblemas Croátas.

Timoteo permaneció algo más de un dia en el hospitál. La bala habia atravesado sú hombro provocando la fractura de la clávicula. Los medicos extrajeron las esquirlas de hueso y sanearon la herida en el hospitál musulmán, manteniendolo sedado, a la espera del traslado de urgéncia que se organizó al dia siguiente, para evacuár a Tomoteo a Madríd, en un avión medicalizado, junto con el cadáver del malogrado Ramón.

Nunca tuvo un recuerdo vivido y consciente de sú estancia en aquél hospitál, tan solo algún recuerdo fugáz del vuelo. El ruido de las túrbinas del CN-235, la sensación de frio y el bulto entrevisto en la penumbra de la carlinga, aquél ataúd de plástico grís oscuro. Recordaba la calidéz de la mano de una médico militár mientras secaba con una gasa las lagrimas que a él le rodaban por las mejillas, y una vóz suave que se imponia al ruido de fondo.
- Tranquilo, te recuperarás, estamos volviendo a casa.
- ¿Mamá?, ¡ que bién que hayas podido venír !. Tengo frio, mucho frio.

Trás el aterrizaje en la base de Torrejón de Ardóz, una ambulancia le trasladó al hospitár militar Gómez Ulla.
Una véz allí, los especialistas de la sección de traumatologia hicieron una rápida evaluación de los daños en la clávicula de Timoteo. Seis horas más tarde del aterrizaje, le sometieron a la primera operación para tratár de minimizár los destrozos ocasionados por aquella bala ustacha.

Cuando se desvanecieron lentamente los efectos de la anestesia, Cristinne estaba a sú lado. Ella llevaba un sencillo vestido liso, que aún resaltaba más la elegancia naturál de aquella pequeña mujér. Un jovén traumatologo la observaba de reojo, aquella mujér no correspondia al patrón habituál de madre de un legionario como el herido, álguien aparentemente de clase humílde. Le asombraba la  distinción que emanaba de ella.
- Señora, la operación ha sido algo laboriosa, pero hemos conseguido hacér una buena reconstrucción del hueso más afectado, la escápula,  conocido como la paletilla. Pero la herida ha afectado ligeramente al nacimiento del triceps, el músculo inferiór del antebrazo y hasta que comencemos el proceso de recuperación, ignoramos el estado funcionál del brazo. De todas formas, sú hijo tiene una buena salúd y una vitalidád tremenda, lo cuál ofrece una buena garantia de recuperación.
- Doctór, muchas gracias por sú información. Pienso quedarme por aquí el tiempo suficiente hasta que mi hijo esté algo más recuperado.

Hacia horas que Timoteo habia superado los últimos eféctos de la anestesia y estaba plenamente consciente. Cristinne le observaba en silencio desde hacia un buén rato. No pestañeaba, cuando ella intentaba entablár conversación con él, apenas le respondia con monosilabos.
Pasaron un pár de semanas. Timoteo se habia recuperado de las secuelas de la intervención sin muchas complicaciones, aunque la movilidád de su brazo no estaba completamente restablecida. Los cirujanos decidierón que habia que realizár una pequeña intervención para restablecér el movimiento naturál del triceps.

Pero animicamente, el no habia regresado aún de Bosnia. Seguia escondido en algúna parte de su mente. El capitán médico Madero, jefe del servicio de psiquiatria le dió el diagnostico al que habia llegado a Cristinne con pocas palabras:
- Estress post-traúmatico y una depresión del carajo, señora. En las circunstancias por las que ha pasado sú hijo, el tráuma es habituál, y es algo que se resuelve en poco tiempo, al menos en la mayoria de los casos. Lo que no tengo claro es sí la depresión es también consecuencia del incidente, si és anteriór ó bién estaba latente y esto la ha desatado.
- No habia notado nada raro en las conversaciones que mantuve con él antes del tiroteo, aunque ahora que lo menciona, en las últimas semanas él habia espaciado las llamadas que me hacia desde Bósnia, además, insitia mucho en que no me preocupase pór él. ¿ Le tendrán mucho tiempo ingresado ?. Verá, me gustaria que volviese commigo a Barcelona para cuidarle en casa, además, tengo un pequeño negocio, y aunque ha quedado en manos de mi empleada, no puedo estár muchos dias más ausente de allí.
- Todo depende de sí conseguimos que mejore de ese estado de postración. No me atrevo a darle un plazo de tiempo, por otra parte, necesitamos tenerlo en observación para verificár que el tratamiento surta efécto. Los antidepresivos hay que administralos cuidadosamente.

Cristinne regresó a Barcelona una semana más tarde, coincidiendo con el alta en traumatologia de Timoteo y su ingreso en el pabellón de psiquiatria.

( continuará )

martes, 15 de junio de 2010

LA LUNA SOBRE EL RIO NERETVA



Timoteo se despertó gritando de madrugada. Transpiraba por cada poro de sú piél a pesár del frio nocturno de aquella noche de finales de Enero. Le costó reconocér donde se encontraba en la oscuridád de la fria madrugada. Los contornos familiares de la habitación en el piso de sú madre se fueron perfilando en su retina, y poco a poco empezó a serenarse e intentó controlár los temblores que sacudian su cuerpo empapado.
Fué a la cocina buscando un vaso de agua fresca, sin encendér las luces, esquivando cuidadosamente el mobiliario del comedór, intentando no provocár ningún ruido que despertase a sú madre, Cristinne.
Vano intento, la lúz de la habitación de ella estaba encendida, y la puerta se abrió, arrojando un marco de lúz sobre el pasillo.
- Timo. ¿te encuentras bién?. Te he oido chillár.
Allí estaba aquella pequeña mujercita que le adoraba. Metro sesenta escaso de altura y en ropa interiór. A pesár de habér rebasado los cincuenta, seguia teniendo un cuerpo armonioso y bello en sú conjunto.
- Estoy bién mamá, son solo mis pesadillas.
-¿La misma de costumbre, cariño?.
- Si mamá, otra véz el hospitál de Mostar.

Timoteo Bofarull D´Hautecloque no fué un buén estudiante en sú infancia. Ni siquiera fué un estudiante mediocre. Sencillamente fué el prototipo del fracaso escolár. Con un hogár desestructurado, su padre, un camionero especializado en rutas internacionales, desapareció tras las faldas de una vedette del "Molino" cuando el cumplió los cinco años, Cristinne tuvo que trabajár duro para sacár adelante el hogár en solitario, dejando siempre al chico al cuidado de las vecinas. Cuando la fábrica metalúrgica en la quer trabajaba cerró sús puertas a mediados de los ochenta, acabó ejerciendo el oficio más viejo del mundo en un "puti-club" de carretera en Montcada y Reixach ante la imposibilidád de encontrár algún empleo decente. Era conocida como la francesa y tenia bastante éxito entre la clientela habituál del prostibulo, su cuerpo menudo y proporcionado, de eterna adolescente hacia estragos entre los hombres.  Pero los horarios que seguia eran incompatibles con la educación de un muchacho en olena pubertád. Timoteo acabó el ciclo de enseñanza obligatoria con una cosecha espectaculár de ceros en casi todas las asignaturas, y viviendo practicamente en la calle en un barrio casi marginál y con compañias muy poco recomendables.

Por aquellos años, de tarde en tarde, cuando conseguia unos dias de permiso, aparecia por la barriada un vecino que estaba enrolado en la Legión. El uniforme, las batallitas cuarteleras que el legionario explicaba a todo el que las quisiera escuchár y el halo de dureza que rodeaba al Tercio impulsaron a Timoteo a alistarse en ella con dieciocho años recién cumplidos, en contra de la opinión de la apenada Cristinne, buscando un porvenír más allá de las conocidas calles del barrio y de la marginalidád a la que se sentia destinado.

El veinte de abríl de 1.993 Timoteo desembarcó junto con el resto de la "Agrupación Canarias" de la Legión, del transporte de asalto "Castilla" en el puerto croata de Split, bajo el escudo de la ONU con la misión de pacificár la salvaje guerra civíl a trés bandas que ensangrentaba Bosnia, con la misión de mantenér abiertas las rutas terrestres que hacian llegár la ayuda humanitaria hasta la indefensa población civíl de Sarajevo y otras zonas de la región sometidas a cerco o con duros combates entre serbios, croatas y bosnio-musulmanes.

En aquellos años, Timoteo habia progresado dentro del Tercio. Se habia especializado en mecánica de automoción y habia conseguido todos los permisos de conducción en las diversas modalidades. Era un conductór de blindados apreciado por sus superiores debido a su habilidád para pilotár aquellos armatostes en toda clase de terrenos y condiciones meterologicas, así como sú capacidád para reparár averias mecánicas sobre la marcha con unos alicates, un rollo de alambre y mucha habilidád. También estaba considerado un excelente tiradór con toda clase de armas, cortas ó largas. Lucia con orgullo los galónes de cabo primero, y parecia haberle encontrado por fín un sentido a sú vida.

Fué destinado a un pequeño destacamento logístico en la ciudád de Mostar. encargados de recibír los suministros desde la cadena de transporte que enlazaba con el puerto de Splít, y trasladarlos al punto donde fuesen necesarios. Iguál conducia un camión pesado de transporte, que un blindado BMR. Todo dependia de la actividád bélica en la zona.

Se enamoró de aquella pequeña ciudád encajonada en el valle que trazaba el rio Neretva entre dós cordilleras. A pesár de la destrucción que habia conllevado que en Mostar hubiese un enfrentamiento directo entre Croatas y Musúlmanes, de hecho el rio marcaba la frontera entre las dós comunidades,  la belleza de la vieja ciudadela medievál exhalaba todavia su perfume entre las ruinas.
Una noche de luna llena, descubrió el amór y el deseo entre los brazos de una muchacha croata que hablaba un castellano impecable, en un prado junto al rio. La noche clara de primavera veia interrunpida sú páz por ráfagas distantes de fusíl. Aún así, Timoteo creyó estár por unos instantes en el paraiso.

En los pocos momentos de relajo, la unidád frecuentaba una pequeña taberna en una zona tránquila del sectór Croáta, en la calle Onescukova. Allí los legionarios confraternizaban entre ellos, sin distinguír entre graduaciones, pero manteniendo el respeto. Una clase de hermandád que solo se dá en los campos de batalla, lejós del hogár y los acuartelamientos. Timoteo aquello dias trabó amistád con un alférez, Ramón Capdevila, barcelonés y catalán como él. Conversaban sobre Barcelona, y los planes para el futúro, una véz de regreso a casa. Pura nostalgia entre dós trotamundos léjos del hogár.

Fué a mediados de abríl. La misión del dia consistia en llevár suministros al hospitál de la zona musulmana. Sangre para transfusiones, plasma y suministros médicos. Los dias anteriores habian sido especiálmente difíciles en la ciudád. Los croatas habian sometido a un duro bombardeo de artilleria desde las alturas de sú zona a los barrios musúlmanes, y el hospitál acumulaba muchos herídos civiles y militares. Un destacamento compuesto de trés blindados al mando del alférez Capdevila habia recogido los suministros en los almácenes de la base y habia cruzado la ciudád y el rio en dirección al hospitál.

El convoy se detuvo a la altúra de la puerta principál. Cuando todo el destacamento estaba ocupado descargando las neveras y las cajas de instrumentál, sonó una detonación seca. Frente a Timoteo, una salpicadura sanguinolenta manchó la pintura blanca del vehículo y vio al alférez Capdevila echarse las manos al cuello y caér a sús piés. Instintivamente se giro dejando caér la suelo la caja que transpotaba y descolgando al mismo tiempo el fusíl ligéro que llevaba la hombro. Vió un leve destello metálico en una ventana del edificio de viviendas al otro lado de la avenida, apúnto hacia aquella ventana al mismo tiempo que un golpe seco impactaba en sú hombro, y apretó el gatillo del arma. Trás el disparo, vió como un fusíl caia de aquella ventana golpeando  la acera. Se giró hacia el lugár donde habia caido el alférez. Al agacharse fué testigo de los últimos estertores de aquél muchacho que apenas tenia un pár de más años que él. El disparo le habia atravesado el cuello. Entonces notó también el dolór en sú hombro y la sangre que resbalaba por sú brazo. pero toda sú atención estaba centrada en Ramón. No respiraba, no reaccionaba y un charco de sangre se habia formado bajo sú cabeza. El resto del pelotón ó se habia parapetado trás los blindados, o disparaba a ciegas contra los edificios colindantes. Una extraña mezcla de llanto y aúllido de rabia surgió de la garganta de Timoteo. Aquél sonido extraño tuvo la extraña virtúd de calmar la histeria que sentia el resto del pelotón. El tiroteo cesó y los legionarios centraron sú atención en el gimiente Timoteo, que arrodillado en el suelo, abrazaba el cadáver sin vida de Ramón Cápdevila, aquél jóven oficiál.

( Continuará)

martes, 11 de mayo de 2010

LA CONFESIÓN


Timoteo Bofarúll  D´Hauteclóque llevaba unos dias con una cierta desazón interiór. Cualquiér otro  habria identificado aquella sensación como remordimientos de conciencia, pero para un ex-legionario licenciado por lo que eufemisticamente los medicos militares denominaron "fatiga de combate" y "estress post-traumatico" no estaban demasiados claros sus sentimientos. Y al finál, mirando hacia sú infancia, decidió que los más adecuado era confesarse con Don Manuél, el viejo párroco de la barriada de el extrarradio Barcelonés donde vivia, el Bon Pastór, en la frontera con Sant Adriá del Besós y Santa Coloma de Gramanét. Una barriada casatigada por la margináción y las miserias, que en los últimos años, con la expansión de la ciudad y la construcción en los solares libres que aún quedaban en el barrio, habia ido regenerando su rostro.

Antonio Cortés, mas conocido como "el Perla", colega de correrias de Timoteo estaba sentado en un taburete del bar "El tato", junto a la vidriera. Desde allí controlaba el tráfico de la calle al otro lado de la cuál, estaba la entrada de la la iglesia parroquiál del barrio. Desde su privilegiado observatorio, oteaba a los viandantes que caminaban por la calle Enríc Sanchís, se le caia la baba contemplando a la jovencitas, las "titis" según él, a las mujeres un poco más maduras, y sobre todo, si pasaba álguien que le debiera algo, ó si se acercaba álguien a quién el debiese algúna cosa. Vió desde el bár como su colega Timoteo, "Timo" para los amigos y enemigos se detenia mirando la puerta de la iglesia.
-¡¡ Que coño hace este en la iglesia!!.Salió rapidamente del bár y cruzó la calle.

- Jodér Timo, buenos dias, hoy has madrugado. ¿Que vás a hacér tú en la iglesia?.
- Hola Antonio. Necesito hablár un rato con Don Manuél.
- ¿ Y de que coño vás a hablér tu con el cura?, anda, no me hagas reír, que te empiezas a parecér a mi vieja.
- Esta vida que llevamos no es nada buena Antonio, no és sana, somos unos miserables.
- ¿ Y se lo vás a contár a Don Manuél así?. Lo único que vas a conseguír de él es un "chorreo", una buena bronca, lo sabes tan bién como yó, ¿ que otra cosa te vá a decír un cura?. Aunque mira, si te sientes mejór, hazlo, y yo te acompaño, no me pierdo ese espectaculo.

Penetraron en la penumbra del interiór del templo. A sús espaldas, los vitrales coloreados arrojaban una lúz tamizada y cálida sobre la nave centrál.
Era la hora de las confesiónes. Una mujér de edád avanzada acababa de levantarse del reclinatorio del confesionario y avanzaba hacia los primeros bancos de la iglesia ante el altár para cumplír con la penitencia. Otra que esperaba  sú turno,ocupo sú lugár en el reclinatorio, la cabeza cubierta con una mantilla de punto delicado.
Una véz que aquella mujér se levantó, unos minutos después santiguandose al mismo tiempo, Timoteo ocupó sú lugár.

Don Manuél reconoció inmediatamente a Timoteo, a pesár de que en lós últimos años no se habian visto ni cruzado una sola palabra.
- Don Manuél, vengo a confesarme y a solicitár sú perdón.
- Ave Maria Purisima, y sin pecado concebida, dime,  ¿ de que te acusas hijo mio ?.
- Soy un pecadór Padre..... Un sér abyecto y un asociál. Vivo inmerso en la violéncia, el delito y el engaño. No respeto ningún codigo ético ni morál. Soy un marginado que vá por la vida abriendose paso a punta de pistola, sin Diós. sin ley, sin amo y sin freno.

Un silencio espeso se hizo cuando Timoteo acabó aquél resumen que brotó de su garganta como un torrente de palabras atascado durante tiempo y que finalmente rompen el dique que las sujetaba. Esperaba que Don Manuél le pidiese aclaraciones sobre todo aquello o le respónsiese. Un potente vozarrón que surgió del confesionario sorprendió a Timoteo y al "Perla", que se mantenia algo retirado.

- ¡¡Pués muy bién hecho !!, ¡¡  mecagüentodo !!, eso, eso es lo que hay que hacér, ¡¡ cojónes yá !!. La morál, las leyes, las normas de convivencia sociál, solo sirven para embrutecér y esclavizár al individuo....familia, religión....¡¡ todo una puta mentira !!, inventadas por los poderosos para adocenár a la masa y así podér sojuzgarla mejór !!. ¡¡ Diós ha muerto !!, ¡¡ la ley es un engaño !!, ¡¡ todo está permitido!!.
Un espeso silencio se hizo en la iglesia trás los últimos gritos del párroco. Timoteo y el "Perla" estaban atónitos. Una de las ancianas que oraban frente a altár se habia desmayado, y la otra miraba hacia el confesionario con la vista ida y una palidéz tremenda. La vóz de Don Manuél volvió a sonár potente trás tomarse un respiro.
- Apurád hasta la héz todos los placeres de la vida, hijos mios, y si algún hijoputa se atreve a arrogarse el derecho de prohibiroslos....¡¡ pasád por encima de sú cadaver !!, ¡¡ cagüendiéz !!.... hay que vivír peligrosamente, si yo tuviese mas cojónes y menos miedo, colgaba la sotana y corria al Vaticáno, a plantarle unos cartuchos de dinamita y hacerlo volár. Toda una vida, ¡¡ toda !!, dedicada a ayudár a los demás, a los más desfavorecidos,  y esos desalmados de la curia se han pasado años. ¡¡ décadas !!, protegiendo a una pandilla infécta de pederastas que han abusado de la inocencia de los crios, ¡¡ no puedo ír con la cabeza alta por la calle!!, ¡¡ nos han puesto a todos al mismo nivél !!. Ya lo dijo el Salvador en los Evangelios : " Ay del que escandalice a estos pequeños, mas le valdria no habér nacido". Yo les maldigo, ¡¡ maldigo su negra y podrida alma !!. Ego te absolvo.¡¡ Puedes ir en páz, hijo mio !!.

Timoteo ya se habia levantado del reclinatorio y retrocedia lentamente cuando resonarón las últimas palabras del viejo párroco. Con una mirada le indicó la salida al "Perla", y juntos ganaron la cegadora claridád de la calle.
- Yo diria que Don Manuél estaba borracho.
- Timo, para una véz que encontramos un cura decente, vás y me sales con que está borracho, ¡¡ anda yá !!, lo que está es quemadisimo con el asunto ese de los  pelotastas.
- Pederastas, Antonio, pederastas.
- Mira, me dá lo mismo como los llamen, la cuestión es que són unos cabrones envueltos en una sotana y con un crucifijo al cuello. Yo no soy muy religioso, pero Don Manuél es buena gente, ha ayudado a todo el que lo ha necesitado en el barrio, y descubrír que toda tu vida se vá por el desagüe es muy duro. Anda, te invito a unas birras en el "Tato", a vér si así se te quita esa cara de pasmo.

Cruzaron la calle en dirección al bár, al  "Perla" se le fueron los ojós trás el poderoso y cimbreante trasero de una vecina cubana.

( Continuará )