"Esta es la crónica de como San Timoteo del Besós recibió la revelación divina, abandonando sú vida pecaminosa y como a partír de aquél momento se dedicó en cuerpo y alma a redimír a todo aquél que escuchaba sú palabra" . Yo, el discipulo escriba.



miércoles, 21 de julio de 2010

PUNTO DE ROTURA



Le habian instalado en una habitación doble con una ventana desde la que se disfrutaba una magnifica vista de los jardines del hospitál. Tan solo el detalle del enrejado en la ventana le restaba algo de belleza y le recordaba a Timoteo donde estaba. Compartia la habitación con el locuáz sargento Vázquez, aunque en aquellos momentos él no se encontraba en la estancia. Sentia sú vóz, riendose a carcajadas en algúna otra de las habitaciones del pabellón.

Se sentia fatigádo y desganado. Pero decidió ordenár la ropa y sús pertenencias, colocandolas en el armario que le habian asígnado. Era un armario empotrado, de doble cuerpo, amplio. No tenia nada que vér con los armarios taquilleros de los acuatelamientos por los que habia pasado. Allí por lo menos, podria tenér sú ropa ordenada con pulcritúd y comodidád, sin tenér que revolvér entre montones apilados de ropas para conseguír alcanzár lo que necesitase. Vació la bolsa de deporte, donde guardaba la ropa de paisano que utilizaba fuera de horas de servicio, y procedió a hacér lo mismo con el petáte, donde guardaba los uniformes reglamentarios, los accesorios de limpieza y el resto del "ajuár" legionario.

Ya casi habia acabado y llegó a las toallas que ocupaban el fondo de la bolsa de tela. Notó el peso y la rigidéz de aquél bulto en las entrañas de aquella toalla plegáda. La habia olvidado por completo, y era un auténtico milagro que hubiese pasado desapercibida para todo el mundo. Parecia que habia pasado un milenio desde que la guardó allí, en los últimos dias que habia pasado en Móstar. En otra vida.

Fué una de las últimas noches libres que tuvo la semana anteriór al incidente del hospitál. Como casi todas las noches que libraba de servicio, estaba en aquella taberna de la calle Onescukova que los hombres de sú unidád habian convertido en un clúb casi exclusivo para ellos. El dueño del locál estaba encantado con ellos, eran jóvenes, consumian casi toda la cerveza que podia conseguír, y pagaban religiosámente en dólares.
Cuando los legiónarios invadian el locál, raros eran los parroquiános croátas que permanecian allí.

Timoteo estaba sentado en una mesa situada junto a la puerte del locál, cuando se escucharon varios dispáros procedentes de la calle. Inmediatamente le vinieron al pensamiento las frecuentes broncas que les habia largado el comandante por la costumbre que tenían de reunirse allí, "son ustedes un blanco perfecto de público dominio para esos cabrones ", era la frase con la que habia definido un hipótetico atentado.
Pero siempre podia más el ánsia de diversión y la despreocupación juveníl. Allí ténian al menos algo de intimidád.

Timoteo se parapetó en el laterál interiór de la puerta y echó un vistazo a la calle. Estaba completamente desierta, salvo por un hombre de mediana edád, tambaleante en el centro de la calle, con evidentes signos de ebriedád y una pistóla autómatica en la mano. Lógicamente, los transeuntes habian desáparecido de todo el sectór de la calle que abarcaba sú vista. Palpó el bulto tranquilizadór de sú própia arma bajo sú ropa, y salió a la calle con las manos vacias, caminado hacia aquél borracho. Se situó frente a aquél energumeno, que le observaba sorprendido y tambaleandose y extendió la mano.
- ¡¡ Dáme esa pistola, jódido borrácho !!.
Como era de esperár, aquél individuo no entendia ni jota de castellano. Pero entendió el gesto e intento apúntar a Timoteo con el arma. Sin grandes dificultades, Tiomoteo desvió la mano del borracho con sú mano izquierda hacia arriba, y estampó un fuérte puñetazo en la cara de aquél desgraciado con la derecha. El golpe sentó al beodo en el asfálto con la naríz convertida en manantiál de sangre.
- ¡¡ Y ahóra, largate de aquí, raús, fóra, alléz, oút of there!!. Timoteo le chilló en todos los idiomas que conocia, gesticulando ostentosamente con el arma incautada. El beodo ensangrentado captó el mensaje a pesár de sú estado,  se alejó correteando con algúnos trópezones y desapareció trás una esquina.
Timoteo permaneció en medio de la calle, arma en mano, con la adrenalina alfileteando por sús venas. Lentamente, la calle se pobló de gente de la barriada. Álguien puso una mano en el hombro del legionário, musitando sú agradecimiento con palábras que él no comprendia.

Entró en el bareto, entre las caras de asombro de sús compañeros, aún pasmados por la rapidéz con la que habia sucedido todo.
- ¡¡  Mecagüendiéz, a vér si ni siquiera se puede bebér una cerveza en páz en este puto pueblo, coño yá, jodér !!. Reafirmó sús palabras depositando con un fuerte gólpe encima de la mesa la pistola del beodo.
El nerviosismo del momento le provocaba a Timóteo usár todo el repertorio de palábras malsonantes que conocia, y que usuálmente nunca utilizaba. Quizás porque el résto de los legionarios nunca le habian escuchado expresarse así, reinaba un siléncio espeso en el locál.
La reprimenda en vóz del teniente Cápdevila, surgiendo del fondo del locál, no se hizo esperár.
- ¿ No te parece suficiente el riesgo que yá corremos de servicio intentando ponér órden entre estos cavérnicolas, capúllo, como para buscárte más aún ?. "Eso" era un asunto de los "pólis" croátas.
- Si no me equivoco, mi teniente, llegarán aquí dentro de veinte minútos, y a esas altúras, ese cabrón habria liquidado a cualquiér desgraciado que se hubiese puesto a sú alcánce.
Capdevila no replicó. En cuanto a la "rapidéz" de los "polis", no podia más que darle la razón. Pero no le gustaba el comportamiento temerario que habia exhibido su subordinado. Desde aquella triste tarde en la que apareció el cuerpo sin vida de una muchacha en aquella misma calle, con un tajo que llegaba desde el púbis hasta el cuello, Timoteo se mostraba aféctado y nervioso. Él no se lo habia contado, pero sospechaba que Timoteo habia mantenido algún tipo de  relación con aquella chica asesinada  tan cruélmente.

Los soldados volviéron a reanudár sús convesaciones entre ellos, las partidas del futbolín, y a bebér cerveza tranquilamente. Timoteo habia dicho la verdád, mas tarde apareció un coche-patrulla de la polícia, que se limitó a dár un pár de vueltas a la calle, desapareciendo rápidamente.

Timoteo centró sú atención en la pistóla que habia incautado a aquél desgraciado. Era una pistola Colt modelo "Combat Commander" del calibre 45. Era más compacta que la Beretta de 9 milimetros reglamentaria que llevaba bajo la sudadera que vestia. La culata era más fina, y albergaba un cargadór más delgado que el de la Beretta, con una capacidád máxima de siete balas. Al extraerlo, vió que aún quedaban dós balas, y extrajo una tercera de la recámara del arma. la colocó cuiadosamente en la fila del cargadór y observó el arma. Estaba prácticamente nueva, y aún conservaba una parte de la grasa de expedición en los mecanismos.
- Una auténtica belleza, solo caben ocho balas, pero si no liquidas algo cón dós o trés, ¿ para que quieres doce disparos ?, pensó
 Era un misterio de donde conseguia las ármas aquella gentuza enzarzada en una cruél guerra civíl, pero hasta ahora, todo el armamento que habian observado en podér de los dós bandos eran piezas relativamente antíguas, pero aún letales. Los traficantes de armas de medio mundo debian estár acumulando beneficios exhorbitantes a costa de la muerte de aquellos desgraciados.

Decidió quedarse con aquella pístola, no sabia bién porqué. Quizás por la belleza mortál de aquella pieza, quizás porque podia sér un arma discreta para llevár bajo la ropa.

Y ahora estaba allí con él, en la habitación del hospitál, en Madríd, como un animál fuera de sú hábitat naturál, porque allí, se curaban los destrozos físicos que causaban tristes juguetes como aquél. Como el recordatorio de que le infiérno podia exístir en la tierra. Oservó el brillo azúlado del pavonado, resáltado por la lúz de la tarde que entraba a raúdales por la ventana. Desde algúna otra habitación, llegaban los ecos de una canción de  Leonárd Cohén :

I´m guided by the signal on the heavens......
I´m guided by the pérfect lock of my skin....
I´m guided by the beauty of the weapons....
First, we take Manhattan, and we take Berlín...

( Me guia la señál en los cielos................
  Me guia el perfécto cierre de mi piél.....
  Me guia la belleza de las armas............
 Primero tomaremos Manhattan, y tomaremos Berlín....... )

Extrajo el cargadór de la pistola, y observó que los trés cartuchos seguian allí. Volvio a cargar el arma, quitó el sguro y desplazó hacia atrás el cerrojo, cargandola. Levantó la Colt, apoyandola en sú sién. Llenó los pulmones de aire, y apretó el gatillo cuando la canción que sonaba de fondo aceleraba sú rítmo.

Timoteo se sorprendió escuchando tan solo un chásquido metálico en véz del disparo. Tiró del cerrojo, y un cartucho intácto cayó en sú regazo. Observó la bala. El percutór habia golpeado el fúlminante, pero la bala no habia funcionado. Leyó los minúsculos carácteres grabados en el culote del proyectíl
- ¡¡ Mierda de munición china!!, exclamó.
Volvió a levantár el arma hacia sú sién, pero a la mitád del recorrido un grito lo parálizó.
- ¡¡ Quieto con ese trasto, niño!!.

Lá vóz del sargento Vázquez tuvo la cualidád de paralizarle, y se giró lentamente hacia la puérta.
Allí estaba el guárdia con su sempiterno chándal deportivo.
- ¡¡ Dame ese arma sin hacér tonterias, nene!!. Vázquez se dirigió hacia él con la manos extendida. Tomó la pistola y la vació de munición, recogio también el proyectíl fallido, y entrando en el lavabo, se deshizo de la munición tirandola en el retréte y accionando la cisterna. Colocó el cargadór en el arma, y le preguntó al chico :
- ¿ Tienes más municiones ?.
Timoteo negó con la cabeza.
- ¿ De done coño ha salido este cacharro ?.
- Recuerdo de Móstar, la guardé allí en el petáte y la acabo de encontrár ahóra, respondió con vóz inexpresiva.

Vázquez tiró la pistóla encima de la cama.
- Vuelve a guárdarla donde la escondias. Sí álguien la vé, se vá a formár un buén follón,y Madéro se cargará  el marrón. Y eso no me gustaria nada, pàra nada, ¡¡ es un buén hombre !!.
- ¡¡ Soy un puto desatre !!, ni siquiera sirvo para pegárme un tiro.

( Continuará )

2 comentarios:

  1. No sabía que la canción era de Cohen. Yo tengo una versión de Sirenia que me encanta y no pensaba que fuera de otro. Me apunto el dato.

    La historia me sigue gustando, tienes una calidad especial escribiendo.

    Un bico

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  2. Pués sí Túxina, es de Cóhen, y creo que la grabo hace yá más de veinte años. Pone los pelos de punta esa vóz cavernosa y amable a la véz..

    Espero seguír manteniendo tú interés. Creo que esto se vá a prolongár mas de lo que habia creido. Procuraré hacerlo interesante, sorprendente, agradable de leér.

    Un beso a tí también.

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