Manuél Vázquez recibió el aviso del hallazgo de las armas por los estibadores en su despacho del acuartelamiento de la Avenida de Madrid algo antes del mediodía. Cursó las instrucciones oportunas para que una furgoneta del cuerpo se desplazase tras su coche oficial para recoger el alijo de armas y transportarlo al deposito.
Aquél día estaba al mando de la unidad. El teniente Marín, su oficiál jefe, había llamado a primera hora de la mañana para excusar su ausencia a causa de un fuerte catarro.
- Cuidese jefe, y quedese hoy en la cama, hoy hace bastante fresco y aún podría empeorar más.- La respuesta de Vázquez fue sincera. Sentía por aquél oficiál simpatía, y había establecido con él una franca amistád. El y Margarita habían ejercido con aquél muchacho de anfitriones, había sido destinado a la unidad algo menos de un año atrás, y no conocía absolutamente nada de aquella ciudad.
Al preparar la documentacion que debía llevar consigo, echó en falta la cámara fotográfica. Recordó que la había olvidado en su domicilio. El fin de semana anterior, el y Marga habían pasado un par de días en Camprodón, en las faldas de los Pirineos y habían utilizado la máquina para tomar unas instantáneas de los paisajes de la zona, del pequeño y pintoresco pueblo, y de las cumbres aún nevadas de los montes.
- Tendré que pasar por casa a recogerla, y susbstituír el carrete. No vaya a ser que los del laboratorio crean que he fotografiado el puente románico de Camprodón por ser una construcción ilegal, je, je.
Pasar por su domicilio no suponía perder demasiado tiempo, él y Marga vivían en un ático del Paseo de la Zona Franca, en cuyo arranque estaba situada uno de los accesos al puerto. Mientras el ascensor subía a las últimas plantas, recordó que había guardado la cámara en la cómoda del dormitorio.
Entró en el piso con prisas. Se extrañó de que la puerta no estuviese asegurada con la doble cerradura, el silencio en la vivienda aparentaba la ausencia de su esposa. Al abrir la puerta del dormitorio, la imagen que contempló en la penumbra que filtraba la persiana de la ventana hizo que su mano se crispase sobre el picaporte de la puerta. Marga estaba sobre la cama, abrazada a un hombre.
Distinguió bajo aquella luz tenue el rostro de Alonso Marín, su superior. No supo que decir, ni que hacer. Por unos instantes, los tres permanecieron inmóviles y en silencio, un silencio espeso que presagiaba una tempestad.
Finalmente, Manolo se dirigió a la cómoda, y abriendo el cajón superior, extrajo de el la cámara enfundada en su estuche. Volvió hacia la puerta de la habitación y antes de salir y cerrarla tras él, comento :
-¡¡ Menudo catarro !!..... pájaro.
Descendió a la calle corriendo por las escaleras, como si huyese de algo o alguien que le persiguiese. Una vez en el vestíbulo, se detuvo unos instantes para recobrar el aliento y la compostura. Se arreglo el uniforme, y salió a la calle, intentando ordenár sus ideas.
Subió al coche oficiál cerrando la puerta con un golpe violento, y ordenándole al conductór :
- Tira para la terminál de contenedores, Antonio.
Antonio, el agente que conducía el coche, observó atónito cuando se detuvieron en el siguiente semáforo, como Manolo rebobinaba violentamente el carrete fotográfico que había en el interior de la la cámara, abría esta y lanzaba el carrete lejos a través de la ventanilla abierta.
- ¿ Se encuentra usted bien, mi sargento ?. No tiene buen aspecto.
- Cosas mías, Antonio, cosas mías. Vamos a ver que nos encontramos en los muelles.
Cuando finalmente llegaron a la terminál de contenedores, Vázquez revisó la documentación del flete marítimo. Aparte del contenedor siniestrado, había dos mas con idénticos remitente y destinatario. Al revisar estos, aparecieron más armas militares sin declarar. Además de los fusiles de asalto, descubrió un lote de ametralladoras, lanza granadas y munición diversa para todo aquél armamento. Pidió por radio el envío de un camión pesado donde cargar todo aquél alijo ilegal, y solicitó su deposito en uno de los acuartelamientos con más espacio, más modernos y más vigilados de los que disponía el cuerpo en toda la provincia de Barcelona. En total, había una docena de toneladas de armamento diverso.
Realizó todas estas tareas de una forma automática, con la sincronía que dan años de práctica, sin pensar apenas en lo que estaba realizando. No podía substraer de su pensamiento la imagen que había contemplado en su casa. Cuando terminó la documentación necesaria para hacerla llegar al juzgado de guardia, eran cerca de las tres de la tarde. No sentía apetito alguno, y mucho menos, deseos de regresár a su casa.
Continuará
Como que continuará ? Que está haciendo Vázquez ahora? descansando? Y las toneladas de armamentos donde están? para quienes eran? Cuando vuelve Vázquez al trabajo?
ResponderEliminarUn beso explosivo
Descansando, no, meditando. El armamento, depositado en el macro-cuartél de Sant Andreu de la Barca, a la espera de la orden de destrucción dictada por el juéz. Iba destinado a Liberia. Vuelve la semana entrante.
ResponderEliminarOtro beso para tí.
Joder, una docena de toneladas...leo muy de vez en cuando, pero estoy al día, aunque creo que daré un repaso. Saludos :)
ResponderEliminarExploradór, el puerto de Barcelona registra tál tráfico de mercancias, y hay tan pocos medios para controlarlo, que el dia menos pensado nos "colocan" aquí una bomba nucleár, no explico más para no dar ideas. En un contenedór normalizado de tamaño grande se pueden cargár hasta siete toneladas de peso máximo.
ResponderEliminarUn saludo.