"Esta es la crónica de como San Timoteo del Besós recibió la revelación divina, abandonando sú vida pecaminosa y como a partír de aquél momento se dedicó en cuerpo y alma a redimír a todo aquél que escuchaba sú palabra" . Yo, el discipulo escriba.
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domingo, 17 de octubre de 2010
RECONSTRUCCIÓN
Timoteo estaba inmerso en una timba de póker en una de las habitaciones del pabellón.
Los hombres sentados a la mesa miraban con un ojo las cartas que había entre sus manos y con el otro el rostro de los otros integrantes. Salvo Timoteo, que estaba concentrado en los naipes entre sus dedos. Depositó dos fichas más en el centro de la mesa, junto con dos naipes descartados.
- Voy con dos mil más y quiero dos cartas.
Los demás jugadores igualaron la apuesta y Timoteo recibió de la banca los dos naipes reclamados. El resto de jugadores esperó que él hablara, ya que jugaba de mano y a él correspondía elevar la apuesta ó ver las cartas.
Desplegó sú mano sobre la mesa.
- Full de ases y dieces.
- ¡¡ Jodér!!, otra mano a la mierda.
- ¡¡ Niño, te estás pasando bastante!!.
- Tienes una suerte tremenda, só cabrón, ¡¡ un full después de un descarte doble !!. Esto ni es póker, ni es nada.
Timoteo recogió silenciosamente sús ganacias de la mesa y recontó sús fíchas en pulcros montones en mitad de la algarabía de las protestas del resto de jugadores.
- ¿ Hace otra ronda de manos, muchachos ?-, preguntó al resto de los jugadores. Tan solo uno de ellos se dignó responderle.
- ¡¡ Y una mierda !!, con la racha que llevas hoy, perdería la mensualidad.
En vista de la renuencia de los demás a seguir jugando, se dirigió al sargento Vázquez.
- Manolo, saca la libreta y anota el balance de las partidas de hoy, por favor.
Vázquez anotó cuidadosamente el balance de pérdidas y ganancias. Aunque jugaban con fichas valoradas, a final de mes, una vez cobrada la paga, se saldaban las deudas ó las ganancias.
- ¡¡ Vázquez, llévate a este mocoso de aquí, y convence a la pantera de que le aumente la medicación, a ver si mañana está más atontado y podemos rehacernos, ¡¡ coño !!- , tronó uno de los jugadores desplumados.
- Eduardo, díselo tú a la pantera, si es que tienes narices-, respondió Vázquez en tono socarrón.
Rosario Serrano, más conocida entre los internos como la pantera, era la enfermera-jefe encargada del pabellón. Rebasaba en algo la treintena de edad, media sobre metro setenta y tenia un físico agradable, fuerte y equilibrado. Era una mujer bella, tremendamente atractiva. Y como no podía ser de otra manera, con un fuerte carácter y un terrible genio que le permitia mantenér en su sitio de una manera práctica y radicál a toda aquella pandilla de desequilibrados que habitaban en el pabellón de psiquiatria. El último interno que intentó propasarse con ella aún tenia pesadillas y sentia dolor en la entrepierna. El doctór Madero se sentía un privilegiado por tenerla como ayudante. Aplicaba los tratamientos de una forma escrupulosa e impecable, cuidaba de que a los internos no les faltase ningúna atención, y sobre todo, mantenía el orden a rajatabla.
Vázquez y Timoteo regresaron a sú habitación un véz liquidados los flecos de las manos de póker. Los celadores estaban a punto de repartír la cena por las habitaciónes.
Recomendár la lectura al al chico habia sido un aciérto. Vázquez habia observado como en una semana escasa el muchacho salia de sú aislamiento leyéndo vorázmente todo lo que caia en sús manos, y paulatinamente se incorporaba a las actividades que desarrollaban los internos del pabellón de psiquiatria. Se habia convertido en un depredadór de la mesa de juego, y en escasos dias habia acumulado una buena cifra de ganancias. Era un fino observadór del comportamiento de sús contrincantes, y distinguia perféctamente cuando álguno de ellos llevaba una "mano", una jugáda decente, o sencillamente se estaba marcando un "faról" con cartas inconexas y sín valór. También parecia tenér suerte en los momentos comprometidos, como en la partida que habia cerrado la sesión de hoy.
Timoteo se sumergió en la lectura del último libro que habia caido en sús manos procedente de la biblioteca del hospitál : "Historia de la Filosofía", de Bertrand Rússell.
Después de la cena, el muchacho prosiguió sú lectura mientras Vázquez atendía a la emisión del telediario noctúrno en la televisión.
Timoteo interrumpió súbitamente el ensimismamiento de Vázquez en la ración diaria de declaraciones de políticos, desastres cotidianos y partes meteorológicos.
- Manolo, ¿ tu crees en Diós ?.
Vázquez tardó algo en respondér a Timoteo. Durante esos segundos, la mirada fija del chico en sú rostro tenia como fondo sonoro la crónica de un lejano huracán que barria las costas de florida. Sostenér aquella mirada hacia daño.
- Sss.., sí, y nó.
- ¿ En qué quedamos Manolo, crees o nó crees ?.
- Quiero decír que soy agnóstico, que creo en un creadór, en una inteligencia superiór que diseñó e hizo todo esto. Pero....- Vázquez guardó un momento de silencio, tratando de ordenár sús ideas y estructurár lo que iba a decír.- Pero que no tenemos ningua importancia para ÉL, que como un artista que esculpe una figúra, una véz acabada sú obra, nos colocó en un rincón y se ha desentendido ú olvidado de nosotros. Vamos, que no interviene para nada en nuestra existencia y en nuestro destino.
- Yo no creo que exísta Manolo. No puede existír.
- ¿ Como estás tan seguro, nene ?.
- Es la gran pregunta que siempre se ha hecho la humanidád, pero tiene una respuesta muy clara. ¿ Es que Diós quiere eliminár la maldád pero no puede ?, entonces seria impotente. ¿ Es capáz de eliminarla pero no desea hacerlo ?, ¡¡ entonces seria malvado !!. ¿ Es capáz de eliminarla y desea hacerlo, ¿ entonces de donde surge el mál ?. ¿ Es incapáz de eliminarlo y no desea tampoco hacerlo?, ¿ entonces porqué llamarle Diós ?.
- Es un raciocinio demoledór, pero es demasiado profundo para sér tuyo.
- Prefiero creér que Diós no existe antes de tenér que creér que Diós es un malvado que nos permite sér tán miserables. Pero tienes razón, Manolo, es un pensamiento de David Hume, un filósofo inglés del siglo XVIII, el padre de la teoria filosofica empirica.
Trás pronunciár la última frase, Timoteo acariciaba la portada del libro cerrado que apoyaba en sú regazo.
Se hizo un silencio largo entre los dós. La televisión vomitaba anuncios comerciales sin interrupción. Manolo se habia tumbado en la cama con los brazos trás la cabeza, y la mirada puesta en el techo.
- Manolo, ¿ y tú porqué estás encerrado aquí ?.
Vázquez mantuvo la mirada en el techo, y emitió un largo suspiro, seguido de un prolongado silencio.
- Buena pregunta chico, pero es una historia bastante larga.
- Como tú dices, tenemos todo el tiempo del mundo.
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