- Manolo, ¿ quieres explicarme de una puñetera véz que demonios haces tú internado aquí ?. - La vóz de Timoteo parecia llegár a los oidos de Vázquez desde una grán distancia. Estaba tumbado en la cama, con los brazos cruzados trás la cabeza, y con la mirada colocada en el blanco impoluto del techo. A fuerza de mantenér la mirada fija en la claridád, el techo se perdia en medio de sombras lechosas en sú retina
- ¿ No aparento estár muy loco, ¡eh!, Timo ?.
- La verdád es que nó, incluso diria que eres demasiado lúcido, completamente cuerdo.
- Está bién, te voy a explicár una historia algo larga, y sobre todo, aleccionadora y con la que espero que escarmientes en cabeza ajéna. Una historia sobre una derrota personál, sobre mí fracaso, y que tiene que enseñarte que en la vida, suceda lo que te suceda, siempre tienes que mantenér la lucidéz. Tienes que sér siempre el dueño de tú destino, porqué si nó, siempre estarás dependiendo de las carambolas del destino, de las buenas o malas decisiones de los demás.
Manuél Vázquez Fonseca tenia cuarenta y cinco años. Habia nacido en un pequeño pueblo de Cantabria, hijo de un número de la Guárdia Civíl. Desde sú niñéz, habia tomado la decisión de seguír los pasos de sú padre, en ingresár en el cuerpo. Nada más cumplír los dieciseís, entró en la escuela de guardias jóvenes "Duque de Ahúmada" de Valdemoro, en Madríd. Recorrió varios destinos por todo el país, incluyendo un par de años en el País Vasco, en un pequeño acuartelamiento que vivia bajo la permanente tensión de la amenaza del terrorismo etarra, cerca de Bilbao. Allí volvió a coincidír con una antigua compañera de juegos infantiles, que como él era hija de un miembro del cuerpo.
Margarita tenia por entonces veinte años y una tremenda belleza. Era hija de un antiguo superiór de sú padre. Con ella habia compartido infancia y juegos, aunque era un par de años más jóven que Manolo. Habian sido algúnos años compartidos en aquél pueblo de la costa Cántabra. Felices e inocentes veranos de playa, cursos en la pequeña escuela rurál, y estrecheces en la pequeña casa-cuartél. Llevaban diéz años sin verse, desde que el padre de Margarita fué trasladado a otro destíno. Aquella mocosa junto a la cuál habia correteado saltando olas en las playas norteñas se habia convertido en una mujér esplendida.
La vida cotidiana de semi reclusión que imponia la seguridád en aquél cuartél del País Vasco los hizo convivír otra véz estrechamente, y entre Margarita y aquél jóven guárdia nació el amór. Se casaron un pár de años más tarde. Aún recordaba sú belleza casi hiriente el dia en que se casaron. Sú corta melena morena, de un negro profundo, casi azulado, enmarcando su sonrosada piel y aquellos ojos de un verde esmeralda, que le miraban expresando amor y devoción. Parecía que hubiesen pasado míl años desde aquél instante.
Después vinieron años de felicidad. Manolo hizo los méritos y los cursos pertinentes para alcanzar el grado de sargento. Se integró dentro de la policia judicial y consiguió un destino en Barcelona. Marga siempre había sido una esposa responsable. Trabajó en varios empleos siguiendo los destinos de Manolo, contribuyendo al levantár el hogar común. Era una mujer inteligente y culta, Manolo se sentía orgullosos de ella, y un privilegiado por compartír su vida con una persona de su talla. No habian tenido híjos.
Dentro de las competencias de la policía judicial, recaen los delitos relacionados con fraude fiscal, trafico de drogas, y trafico de armas entre muchos otros. Barcelona disfruta del segundo puerto comercial en trafico de mercancías de todo el Mediterraneo, justo detrás del puerto de Marsella. Ello implica que algunas veces, junto con las mercancías legáles, en el puerto se introduzcan otras que no lo son tanto, camufladas entre el resto de los muchos contenedores que diariamente se descargan en los muelles.
La mañana en que se desencadenaron los hechos que culminaron con el internamiento de Manuel Vázquez en un pabellón psiquiatrico, amaneció despejada, ventosa y fria, una mañana típica de fines de invierno en Barcelona. Sobre las diéz de la mañana, una grúa rodante de la terminál de contenedores transportaba un viejo contenedor hacia el muelle donde esperaba un carguero con destino a un puérto africano. El contenedor tenia a sus espaldas bastantes millas navegadas, y estaba en un precario estado de conservación, muy "zurrado" en la jerga de los estibadores. Procedía del puerto ucránio de Odessa, y tenia que ser reenviado a una republica centroafricana. Según la documentación de origen, contenia repuestos para maquinaria agrícola, y la carga había superado una primera inspección visuál.
Repentinamente, dós de los anclajes que sujetaban el contenedor a la grúa, cedieron, provocando la caida del cajón. Las puértas cedieron, y toda la carga acabó desparramada sobre la explanada. La estibadora frenó en seco la grúa jurando en arameo, y avisó por radio al control de tráfico del incidente. Cuando los trabajadores portuarios se acercaron al contenedor siniestrado para arreglar el estropicio y trasladar aquella carga a otro intacto, vieron claramente que no todo el material correspondía a la carga declarada. Entre transmisiones de potencia, cajas de cambio y piezas de motor, aparecieron algunas cajas de madera reventadas por el impacto. Contenían fusiles de asalto de fabricación soviética.
- Habrá que avisár a los Civiles, ¡¡ mecagüendiéz!!, con el tráfico que tenemos hoy, y esto tirado justo aquí en medio.- Renegó a vóz en grito el jefe de turno.
( Continuará )