"Esta es la crónica de como San Timoteo del Besós recibió la revelación divina, abandonando sú vida pecaminosa y como a partír de aquél momento se dedicó en cuerpo y alma a redimír a todo aquél que escuchaba sú palabra" . Yo, el discipulo escriba.



domingo, 24 de abril de 2011

RESURRECCION



Timoteo guardó silencio cuando Vázquez acabó de relatár la historia que le había llevado hasta aquél pabellón de hospital.  Por la puerta abierta de la habitación se colaba la delicada musca de una marimba. Alguien en alguna de las otras habitaciones escuchaba una vieja canción de Joan manuél Serrat.

                                   Todos los piratas tienen,
                                    un lorito que habla en francés,
                                    al que relatan el glosario,
                                    de una historia que no es,
                                    la que cuentan del corsario,
                                    ni tampoco lo contrario.
                                                   
                                    Por un "quitame esas pajas",
                                    te pasan por la quilla,
                                    pero en el fondo son unos sentimentales,
                                    que se graban en la piel, a la reina del burdel,
                                    y se la llevan puesta a recorrer los mares.

                                    Marchando una de piratas,
                                    larga vida y gloria eterna,
                                    para hincarles de rodillas,
                                   hay que cortarles las piernas.

- Así que estás aquí, camuflado entre una pandilla de locos esperando que escampe el escandalo, ¿ Eh, Manolo ?.
- Y aún gracias, nene. Podría ser bastante peor. Podrían ser diez años de prisión militar.
- ¿ Cuanto tiempo más crees que tendrás que estar aquí ?
- No lo sé muy bien, pero por lo que me dice Madero, bastará con un par de meses más. Entonces redactará el alta recomendando mi vuelta al servicio activo y tratamiento  ambulatorio.
- Yo no soporto ni un mes más aquí, Manolo. Voy a solicitar mi baja en el Tercio por motivos de salud, y le pediré a Madero el alta voluntaria. Quiero volver a casa.

En aquél momento. Rosario, "la pantera", la enfermera jefe entró en la habitación con la medicación de Timoteo. Involuntariamente había escuchado el final de la conversación. Aunque los años de servicio en hospitales la habían dotado de una coraza que la separaba a una distancia prudencial de los casos que trataba a diario, sentí por aquel chico una cierta debilidad.

 A pesar del físico poderoso del muchacho, y de que fuese un soldado legionario, intuía  ternura y fragilidad bajo aquella piel. Durante aquellas semanas había asistido a su recuperación del estado de postramiento mental con el que ingresó. Había sido testigo de sus primeras y tímidas sonrisas a causa de alguna de las múltiples bromas de Vázquez. Le había visto enfrascarse en las lecturas que el guardia civil le recomendaba, y como una luz cada día mas poderosa emergía de su mirada. Le había visto resucitar de entre los muertos en vida que poblaban aquél lugar.
Alejandro le había bajado paulatinamente en los últimos días las dosis del tratamiento, y le había encargado a ella de hacer un minucioso control de su respuesta. Parecía responder bien a la reducción de las dosis.
Aunque de vez en cuando emergía de sus ojos un destello de abatimiento supremo, y volvía a su rostro la expresión perdida con la que ingresó en  el pabellón de psiquiatria. Pero eso solo duraba unos escasos segundos.

- ¿ Y que harás cuando estés de vuelta allí, tienes algún plan ?.- Preguntó Rosario.
- No lo sé muy bien aún. Buscaré trabajo como mecánico en algún taller de reparaciones de coches, o en alguna industria. Cerca de mi barrio hay un polígono industrial lleno de pequeños talleres metalúrgicos. Encontraré un empleo decente allí. No quiero volver a vestir un uniforme nunca más.

A Rosario le había sorprendido la expresión de determinación en le rostro del muchacho al pronunciar las últimas palabras.Estaba al tanto de las circusntancias que habían motivado su evacuación desde Móstar hasta el hospital, pero debía haber sucedido algo más que ella ignoraba, y que había traumatizado al muchacho profundamente.

- Meditalo aún unos días más, Timoteo. Aún te estás recuperando del "shock" nervioso. Si sigues convencido de dejar el Tercio, Alejandro puede solicitar tu baja del servicio por motívos de salud.


                                                            ( continuará)

domingo, 9 de enero de 2011

VAZQUEZ ( VI )


Vázquez contemplaba callado el rostro del coronel De Lafuente. Había pronunciado aquella ultima frase de una manera serena, sin expresar ningún tipo de preocupación o remordimiento por su confesión.
Tras unos momentos de silencio, Manolo reanudó la conversación.
- Si estaba convencido de que mi alegato era una falsa defensa, ¿ porqué lo aceptó y ha dictado esa sentencia que me exime de responsabilidad mandándome a un sanatorio ?.

Una leve sonrisa recorrió el rostro de De lafuente. Dejó que el tibio sol de invierno que entraba por las vidrieras le acariciase mientras buscaba las palabras adecuadas para lo que tenia que decir. A pesar de su cargo, no era un hombre de palabra fácil. Se desenvolvía mucho mejor redactando escritos juridicos. Y lo que iba a confesarle a Manolo, era que había incumplido sus obligaciones como juez. Algo bastante grave.

Porque quería buscar una sentencia lo mas leve posible para usted. Mire Manolo, ¿ puedo llamarle así ? , porque tengo entendido que es así como le tratan sus compañeros.
- Puede usted hacerlo, mi coronel.
- A cambio de que también usted me apee el tratamiento oficiál. Mi nombre es Martín, y aquí no llevamos nuestros uniformes. Esto es una conversación privada. Mire, se como le tratan sus compañeros porque aparte de las pruebas presentadas a la vista, me encargué personalmente de hacer una investigación complementaria sobre usted en su unidad y en el acuartelamiento de Las Corts.
- ¿ Porqué se ha tomado tantas molestias ?.
- ¿ Porqué ?. Muy sencillo, el suyo ha sido una caso algo difícil. Realmente no solo es tan simple como una agresión, que con el Código Penál Militár en la mano estaria resuelta en una hora de sesión de la Sala. Aquí se han mezclado una infidelidád matrimoniál, un comportamiento indigno en un oficiál, y la traca finál, que fué la paliza que ustéd le propinó a Marín. No considero que su comportamiento haya sido el correcto, pero no le culpo a usted por ello. No podria enviarle a usted a un presidio militár durante años, cuando yo en sú lugár, habria hecho algo parecido. O acaso peór. No tendria mi conciencia tranquila.

Martín De la Fuente calló tras estas últimas palabras, con una sonrisilla traviesa. Buscaba palabras para acabár de sincerarse con aquél hombre al que había juzgado, y al que en el fondo admiraba, aunque nunca lo confesaría.
Manolo seguía en silencio, mirando a De Lafuente con asombro contenido.

- Manolo, ¿ practica usted artes marciales ?. Lo digo porque la paliza que usted le propinó a ese lechuguino de Marín fué bastante contundente, los medicos del Clínico le suministraron calmantes durante tres dias seguidos para atenuarle los dolores. Pero la paliza no le dejó lesiones ni secuelas permanentes, aparte de los moretones y contusiones.

Manolo estalló en carcajadas. De Lafuente se había ganado su confianza con toda aquella sinceridad, y empezaba a ser consciente del inmenso favor que aquél hombre casi desconocido le había hecho.

- No señor, no practico kárate, ni nada parecido. Solo es que en mas de veinte años de servicio, he recibido tantos golpes, que por eso sé perfectamente donde duele más. Y el teniente Marín, como usted dice, es un lechuguino. A pesar de ser un "gallito", no tiene ni idea de lo que es una pelea a puñetazos y a patadas. El primer golpe lo dejó conmocionado. A partir de el, pude elegir cuidadosamente el lugar donde le iba "sacudiendo".

- Manolo, ahora vamos a hablar de su futuro. He recomendado que le trasladen a Madrid y le ingresen en el Hospital Militar Gomez Ulla, en el pabellón de psiquiatria. No olvide que supuestamente usted padece un transtorno mental. La dirección medica de la especialidad está a cargo de un amigo mio, el capitán médico Alejandro Madero. Mantengo una buena amistad con él, somos nacidos en el mismo pueblo, y es un buen profesional y un hombre honrado. Estará usted allí hasta que todo este asunto se haya desinflado y olvidado, no puedo fijarle una fecha determinada para el alta médica. Aparte de todo esto, la sentencia conlleva también la perdida de su puesto. No se preocupe, encontrará un destino otra vez en Barcelona con facilidad a su regreso.
- ¿ Como puedo agradecerle todo esto ?.
- Muy sencillo Manolo. Algún día tendrá que hacer esto mismo por alguien que también  lo necesitará.
- ¿ Por quién ?.
- Cuando llegue ese momento, usted lo sabrá.

Tras las ultimas palabras de De Lafuente, los dos hombres escucharon desde el comedor el sonido de la puerta del piso. Marga había regresado después de transcurrir el tiempo indicado por Manolo.

De Lafuente se incorporó de su asiento.

- Me marcho ya y les dejo disfrutar del almuerzo.
- No hay gran cosa de menú, tan solo unas albóndigas a la jardinera que Marga cocina maravillosamente, ¿ acepta compartirlas cono nosotros ?.
- Gracias Manolo, pero mi hija estará esperándome en casa ahora mismo, y ya llego tarde.

Al ponerse la chaqueta, De Lafuente extrajo una tarjeta de visita del bolsillo interior, y se la extendió a Vázquez.
- Aquí están los números de teléfono de mi despacho en Capitania Militar, y el de mi domicilio particular. Llámeme cuando todo haya pasado y esté de vuelta.

Tras la marcha de De Lafuente, los dos almorzaron silenciosamente. En la sobremesa, tras el café, manolo explicó a su esposa la larga conversación con el juez militar.

- ¿ Y todo eso, de una manera espontánea, sin recomendación de nadie ?.
- Eso parece, Marga. De todas maneras, si hay algo mas detrás del asunto, ya nos enteraremos. Dentro de unos meses, podré estar de vuelta como si nada hubiese pasado. ¿ Marga, te comportaras bien y no te follarás a nadie más ?.
- ¡¡¡ Manolooooo !!!, no seas idiota.

Dos días mas tarde, una ambulancia militar trasladó a Manolo hasta su nuevo y provisional hogar en Madrid.


                                                              ( Continuara )

domingo, 19 de diciembre de 2010

VAZQUEZ (V)

Los dos primeros días de arresto preventivo, Manolo los cumplió realizando su trabajo y pernoctando en uno de los calabozos del cuartel de la avenida de Madrid.

Cuando los informes emitidos por el Hospital Clínico sobre el estado de salud del teniente Marín confirmaron que no existían lesiones graves y permanentes, el comandante sustituyó el arresto en el calabozo por el de arresto en domicilio. Manolo trabajaba con normalidad durante el día, y pasaba las noches en su domicilio en compañía de Marga. Por la unidad, ya el primer día había corrido la voz de lo sucedido entre Vázquez y el oficiál, y el motivo que lo había ocasionado. Manolo notaba como sus compañeros le miraban con una mezcla de cariño, respeto y lástima. Nadie le hizo ningún comentario sobre el incidente.

Marín presentó una denuncia contra su subordinado bajo la acusación de agresión e insubordinación ante los mandos superiores, que se cursó a la Sala de Justicia Militar de la quinta zona. A pesar de que la consecuencia de la monumental paliza tan solo fueron hematomas, moretones y algún punto de sutura en los labios, daños que solo exigieron una semana de atención médica y tratamiento con analgésicos, Marín prolongó la baja médica aduciendo motivos psicológicos. No se sentía con el suficiente valor como para permanecer en las mismas dependencias que Vázquez. El mando de la unidad de Policia Judicial tampoco estaba dispuesto a prescindir del trabajo cotidiano de Manolo. Era un hombre con amplia experiencia en su especialidad, y los casos acumulados sufrirían un brusco retraso hasta la llegada de su substituto, que aún así, tardaría semanas en ponerse al día en aquél delicado trabajo, y en el conocimiento de la ciudad. En cambio, la ausencia de Marín apenas se notaba en el trabajo diario.

Mas tarde, Manolo guardaría un recuerdo agridulce de aquellos días. Aquél desliz, en vez de terminar de degradar la relación matrimonial entre Manolo y Marga, tuvo la virtud de restaurarla y hacerla mas estrecha. Airearon en largas conversaciones, todo lo que quizás les había llevado a aquella situación. Recuperaron la franqueza perdida entre los dos.

También recuperaron una intensa vida sexual. Rara fue la noche en aquellos días que no hicieron el amor, a veces, intensamente durante horas.

- Nunca le damos el justo valor a lo que ya tenemos, hasta que lo perdemos, o corremos el riesgo de perderlo.- Era la reflexión que aquellos días se instalo en el pensamiento de Manolo

Finalmente, la Sala de Justicia Militar decidió incoar un consejo de guerra a Manolo, fijando una fecha para la vista. Como abogado defensór, le adjudicaron a un joven teniente del Cuerpo Jurídico Militar dotado de mucho entusiasmo y de muy poca experiencia.

Los cargos que pesaban contra Manolo, podían significar una condena de entre cinco y diez años de prisión, en el peor de los casos. Preparar la defensa, una defensa razonada que le permitiese salir airoso de aquél trance, y con un defensór novel, supuso para Manolo un auténtico calvario. Para mas colmo, presidiría el tribunal como juez un coronel con fama de duro y estricto, el coronel De Lafuente.

- Vázquez, la verdad es que no se muy bien como enfocar su defensa. La agresión que cometió usted no sucedió en el contexto de una discusión. Fue premeditada, la extensión de las lesiones según el parte médico lo demuestran así, no fue ningún arrebato pasional ni momentáneo. O al menos, así lo verá el tribunal. tan solo se me ocurre alegár como causa eximente un  trastorno mental.
- ¿ No sirve como atenuante que ese golfo se acostase con mi mujer ?.
- Dificilmente. Si la paliza se la hubiese propinado usted en el momento de descubrir la infidelidad, su reacción se podría justificar por un arrebato de celos. Pero como comprenderá, es difícil justificar su comportamiento al día siguiente de los hechos. Es una agresión meditada.
- Está bien, plantee usted la defensa en base a un posible trastorno mental. Supongo que tendré que someterme a un peritaje psiquiatrico.
- Solicitaré ese peritaje médico, y procure usted aparentar un pésimo estado mental cuando le sometan a examen. Unos indicios de esquizofrenia nos vendrían muy bien para su defensa.

Las dos semanas que transcurrieron hasta la fecha del consejo de guerra fueron para Manolo unos días agridulces. La vida dentro de su hogar era feliz. Tenia el cariño y el apoyo de Marga, pero la cercanía del juicio, y la posibilidád de una condena larga le angustiaba profundamente.

Aquella noche, tras la cena, el salió a la terraza del ático a fumar un cigarrillo en soledad. Contemplaba el cercano resplandor de las luces en los muelles. El puerto era una pequeña ciudad aparte que nunca dormía.
La presión y la calidez del brazo de Marga sobre su hombro le despegó de su ensoñación.

- ¿ En que piensas ?.
- En nada importante Marga. Es tan solo que siento miedo. Miedo a que me encierren. Miedo a perderte ahora que he vuelto a recuperarte. Miedo a haber malgastado mi vida.
- En cambio yo siento rabia, Manolo. Rabia de que esto esté sucediendo por culpa mía. Rabia de que un capricho mio nos haya llevado a esta situación. Rabia de que un hombre honrado como tú acabe en una prisión por tan poco.
- Es culpa mía, no debí tocar a ese idiota, y debía haberme limitado a elevar una queja de él a mis superiores por indignidad.

Volvieron al interior del piso, y en silencio se acostaron en su alcoba. Marga buscó sus labios con los suyos y empezó a besarle lenta y cálidamente. El frío de la noche, y el miedo, abandonaron el cuerpo de Manolo. Se abandono a la ternura de Marga, y todo su horizonte, todo su mundo, se ciñó a la suave y tibia piel de su esposa.

Llovía a cantaros sobre la ciudad la mañana en que se abrió la vista en el edificio de la Capitanía Militar. El arranque de las Ramblas estaba vació de los turistas que en toda época del año llenaban habitualmente la zona. Ni siquiera se veían a las omnipresentes gaviotas, Debian haber buscado refugio del temporál en los tinglados portuarios. A través del cristal del coche oficial, Manolo contemplaba el paisaje  del Paseo de Colón desdibujado por la lluvia. Sintió un escalofrío cuando el vehículo se introdujo en el patio del edificio.

A cualquier extraño, aquella sala repleta de uniformados con galones le habría impuesto mucho respeto, pero no así a Manolo, aunque la recargada decoración neoclásica del salón de actos tampoco proporcionaba ninguna calidez a aquél acto.

Una vez constituido el tribunal, la fiscalía pasó a relatar los cargos contra Manolo. El teniente Serrano, el letrado defensór de Vázquez, presento ante el presidente de la sala los informes médicos que se habían realizado tras el peritaje psiquiátrico. Alegaba en descargo de su defendido, inestabilidad mental que había propiciado algo tan grave como una agresión física a un superior inmediato. La defensa propuso como testimonio al médico autor del informe, y ante su ausencia, la vista se pospuso hasta el día siguiente.

Al día siguiente, el doctor Alfonso Tórt, el autor del peritaje psicológico al que había sido sometido Manolo, declaró ante el tribunal. Explicó ante los uniformados, que aquél sujeto padecía una leve síndrome paranoico, agravado por el descubrimiento de la infidelidad de su esposa con el teniente Marín. La reacción violenta, bajo su punto de vista, solo era cuestión de tiempo y oportunidad, y que a su parecer, la paliza que había sufrido el oficial, era consecuencia del estado de ansiedad provocado en el paciente por aquella situación estresante. Y que quizás, el resultado había sido leve comparandolo con otros casos similares. En su opinión, no se habría extrañado si el sargento Vázquez hubiera asesinado al oficiál. La vista quedó pendiente de sentencia por parte del tribunal.

Dos días mas tarde, el tribunal dictó sentencia. El coronel jurídico De Lafuente tomó la palabra.
- Después de deliberar, esta sala se pronuncia sobre la acusación que pesa contra el sargento Manuél Vázquez Fonseca. Declaramos al acusado inocente de los cargos de insubordinación y agresión física a un superior en acto de servicio. No obstante, decretamos su ingreso en una institución sanitaria militar para ser tratado de su enfermedad psicológica durante el tiempo necesario hasta su recuperación, o bien hasta su baja en el servicio activo, según el criterio de los facultativos asignados a su cuidado. El fiscal hizo un gesto de disconformidád. El coronel De Lafuente se dirigió a él de una forma cortante :
- Ni se le ocurra protestar, capitán. Este tribunal  da el caso por cerrado.

Manolo respiró aliviado cuando el coche oficial le trasladaba de vuelta al cuartel. Había agradecido discretamente a Serrano la hábil defensa de su caso ante el tribunal.
Fue puesto en situación de arresto domiciliario hasta su traslado a un centro hospitalario militar, donde quedaría internado por un tiempo indefinido. La sentencia era no tan desastrosa como el había imaginado. Y se había ahorrado la presencia de Marín en las sesiones del tribunal. Aquél desgraciado continuaba de baja médica y ni se había molestado en asistir al juicio.

A llegar a casa, Marga se abrazó a el con el rostro arrasado en lágrimas. Había asistido a todas las sesiones del juicio y no podía contener su pena.

- No llores más, preciosa mía. La cosa ha salido mejor de lo que yo esperaba. Solo estaré una temporada en un hospital militar. Fuera de Barcelona, eso es seguro.

Al día siguiente, Manolo no madrugó por primera vez en muchos años. Quedaba confinado bajo vigilancia hasta su traslado. Marga si había madrugado, y le tenia preparado el desayuno y traído la prensa diaria.

La mañana se le hizo extrañamente larga encerrado en casa. Se había leído de cabo a rabo el periódico y se había aburrido soberanamente  con la programación matinal de las cadenas de televisión. Se movía por el piso con la inquietúd de un animal encerrado en una jaula.
- Tendrás que irte calmando un poco, y acostumbrándote a esta situación, esto solo es el principio de una temporada que no sabes cuando acabará.- Se dijo Manolo a si mismo tratando de controlar su ansiedad.

Pasado el mediodía, casi a punto de almorzar, una llamada en el timbre de la puerta les sorprendió a los dos. No esperaban ninguna visita.

- Al abrir la puerta, Manolo se sorprendió al encontrar tras ella al coronel De Lafuente vestido de paisano. De Lafuente sonrió al ver la expresión de asombro del Guardia Civil.

- Buenas tardes Vázquez. Lamento presentarme en su casa sin avisarle. Quisiera que me invitase usted a una cerveza y poder mantener con usted una conversacion privada,  a solas.

El atónito Manolo hizo pasar a la inesperada visita al salón comedor del piso, y fue hasta la cocina a buscar un par de cervezas. Le dio instrucciones a Marga, que estaba a punto de servir el almuerzo en el comedor, para que saliese a dar un paseo por el barrio durante un rato.

Una vez a solas los dos hombres en el comedor, De Lafuente arrancó la coversación con temas triviales, tratando de romper la sorpresa y el nerviosismo que había ocasionado su inesperada visita a aquella casa.

- Le felicito Vázquez. Tiene usted un piso muy agradable, y el comedor orientado al sur le da una magnifica luz natural durante todo el día.
- Sí, tiene usted razón, pero en verano nos gastamos una fortuna en aire acondicionado para mantener la casa fresca.
- Nunca se puede tenér todo, amigo mio. Siempre hay algún inconveniente.

Siguieron unos instantes de silencio entre los dos hombres. De Lafuente observaba a Manolo con una leve sonrisa.

- Vamos a hablár del asunto que me ha traído hasta aquí, Vázquez. No se habrá creído ni por un instante que yo me he tragado lo de su supuesta enfermedad mental, ¿ verdad ?.
- Ahora veo que no, pero usted utilizó el informe médico como atenuante en la sentencia.
- Sí, pero técnicamente me podrían acusar de prevaricación, he dictado una sentencia legalmente injusta a sabiendas.

                                                             ( continuará )


martes, 7 de diciembre de 2010

VAZQUEZ ( IV )







A la mañana siguiente, Manolo despertó temprano. Aunque había descansado bien, un leve dolor de cabeza le recordaba el episodio alcohólico de la noche anterior. Se duchó para acabár de recolocar las toxinas que aún corrían por sus venas en su lugar. Tras vestirse, un café caliente, amargo y espeso acabó de templar su organismo. A punto de marcharse hacia el cuartel de Les Corts, entreabrió la puerta del dormitorio. Marga seguía durmiendo serenamente, Se acerco silenciosamente a ella y depositó un leve beso en sus labios. Ella abrió los ojos en aquél instante.
- Me marcho a trabajár Marga, no te preocupes. Estoy bien, y si no hay ninguna complicación, vendré a almorzar al mediodía contigo.

Ella contempló en la semi penumbra de la habitación, su sonrisa leve y un brillo de amor en su mirada. Envolvió los hombros de el con sus brazos y lo atrajo hacia ella, abrazándolo con fuerza. Cuando se separaron, Manolo contempló como un espeso lagrimón se deslizaba en la mejilla de Marga. El lo secó con sus dedos.
- Ni una sola lágrima mas, preciosa mía. No vale la pena. Quizás tengamos que hablar largo y tendido sobre lo que ha pasado, sobre tu y yo y estos últimos años, sobre nuestras vidas. Pero lo haremos con serenidad. Por que te quiero sinceramente, y por que no quiero perderte. Ella sonreía también, aunque las lágrimas seguían arrasando su rostro.
- ¡¡ Vamos, perezosa!!. Levantate, date una buena ducha y desayuna alguna cosa. Sal por ahí a dar un paseo y respira un poco. Y no te olvides de sonreír. No ha pasado nada que no podamos resolver.

El trayecto en autobús público hasta el cuartel le ayudo a desperezarse del todo. Aquella mañana era especialmente fría. Cuando entró en el despacho, el teniente Marín no había hecho acto de presencia por allí. Respiró aliviado, no le apetecía ver la cara de aquél canalla. Empezó a revisar el papeleo pendiente en la bandeja de su mesa y la agenda con los asuntos que habia que despachar durante el dia.

Algo mas tarde de las ocho de la mañana, la puerta del despacho se abrió, y tras ella apareció Marín. Las miradas de los dos hombres se cruzaron durante unos instantes que a Marín le parecieron eternos. La expresión en el rostro de Manolo era fría como el hielo.

- ¿ Que tal ese catarro, mi Teniente ?. Espero que esta noche haya dormido bien y haya recuperado la salud.
- Esto... Estoy mejor, Vázquez, gracias. ¿ Alguna novedad ?.
Un leve tartamudeo delataba la inseguridad que sentía Marín. Al responder a Manolo, también había palidecido visiblemente.
- Pues sí, mientras ayer usted guardaba cama debido a su enfermedad, en la terminal TCB de contenedores del puerto se descubrió accidentalmente un cargamento de armas no declaradas que iban a ser embarcadas rumbo a Liberia. Hice trasladar el alijo al depósito de Sant Andreu de la Barca, presenté el informe al juzgado de guardia, y estamos pendientes de las providencias que dicte el juez que lleva el caso.

Marín ocupó su despacho, y, al contrario de la costumbre habitual que tenia de dejar la puerta de este abierta, la cerró tras el. Manolo respiró aliviado procurando concentrase en el trabajo pendiente. Al menos no tendría que contemplar aquella odiosa cara.

Sobre la once, una llamada del juzgado que llevaba el caso, les hizo llegar instrucciones de volver al puerto, para tomar una declaración previa al jefe de turno de los estibadores, y a los agentes de aduanas que habían manejado aquél flete desde su salida de Ucrania.

Vázquez y Marín salieron con el coche oficiciál. Un silencio glacial se instaló entre los dos hombres durante el lento trayécto, debido a la intensidád del trafico y a algunas obras en las calles. Fue Marín quién inició la conversación.
- Creo que le debo una explicación por mi comportamiento de ayer, sargento.
-No es necesario que me explique nada, Marín. Ayer ya estuve hablando con Marga, y lo que ha sucedido está muy claro. Es usted un sinvergüenza. Usted está soltero y por lo que sé, sin compromiso. No necesitaba meterse en la cama de otro hombre.
- Pero no solo yo soy culpable, también está su mujer.
-¡¡ Las razones que tenia Marga para ponerme los cuernos con usted, las tengo muy claras !!, teniente. Pero lo que también tengo muy claro es que usted es un sinvergüenza indigno del uniforme y del rango que ostenta, y mucho menos de la confianza que implicaba mi amistad y la de mi esposa.
- ¡¡ Es intolerable que un subordinado me insulte de esta manera !!.

Cuando las últimas palabras de Marín resonaron dentro de automóvil, casi habían alcanzado el acceso al puerto desde la Ronda del Litoral. Vázquez desvió el vehículo hacia un descampado junto a la salida de la autovía, cerca del acceso al cementerio de Montjuích. Detuvo el vehículo, se apeó de él, y desabrochó el cinturón con la pistolera, arrojándolo al interior del vehículo. Se despojó también de la chaqueta y la gorra ante la mirada atónita de Marín, que seguía sentado dentro del vehículo.

- ¡¡ Bájese del coche, teniente !!. Vamos a discutir esto mas allá de jerarquías y reglamentos. Ya que se ha sentido insultado, le doy la oportunidad de lavar su honor.  Marín descendió del vehículo, y también se aligeró prescindiendo de la pistolera, la chaqueta y la gorra. Se situó frente a Manolo.

Marín tenia una buena forma física, y era más joven que Vázquez. Había recibido formación en defensa personál en la academia, y no temía enfrentarse a puñetazos al maduro sargento.

Manolo levantó los puños adoptando la posición de defensa clásica de un boxeador, y el teniente le imitó. Manolo hizo  una finta con el puño izquierdo que despistó al teniente, tras lo que descargo un golpe seco y demoledor con el puño derecho en el plexo solar de Marín. El golpe inesperado, dejó al teniente desconcentrado e inerme. Fue el primer golpe de una tremenda paliza.

Media hora mas tarde, el coche oficial conducido por Vázquez, irrumpía en el Hospital Clínico a través de acceso de urgencias. Ayudó a los enfermeros a situar al semi inconsciente Marín en una camilla, y se dirigió hacia el mostrador de admisiones del servicio. Facilitó los datos del teniente a la auxiliar del mostrador.

- ¿ Que le ha sucedido al enfermo ?.
- Le han dado una soberana paliza.

Tras completár los trámites, Vázquez se subió al vehículo y regresó al acuartelamiento. Pidió ver al comandante al mando.
- Mi comandante, me pongo a su disposición. Le he pegado una paliza al teniente Marín. Lo he dejado ingresado en el Clínico para que lo atiendan debidamente.
- ¿ Que dice usted que ha hecho, Vázquez ?.
Manolo le relató serenamente lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas.

- Vázquez, lo siento, pero queda usted arrestado hasta nueva orden.

                                                           ( continuará )

jueves, 18 de noviembre de 2010

VAZQUEZ ( III )


Invirtió toda la tarde en cursar el papeleo de la aprehensión de aquella mañana en los muelles. Sus sentimientos cambiaban a ráfagas. Pasaba de la furia mas destructiva a la desolación mas absoluta en segundos. En alguna ocasión tuvo que detener el trabajo para secarse las lágrimas que sin poderlas controlar caían de sus ojos. El teléfono sonó en un par de ocasiones, y cuando desde la centralita le comunicaron que Marga estaba al teléfono, rechazó que le pasaran la llamada.

Cuando tuvo el expediente cerrado, acudió con el coche oficiál al juzgado de guardia para cursar la denuncia de aquél asunto. Volvió al cuartel pasadas las ocho de la tarde. Del teniente Marín, no había ninguna noticia, no había aparecido por allí en todo el día. Pensó que aquella comadreja estaría a aquellas horas encerrado en su vivienda. Se vistió de paisano y salió a la calle. Paseando, desde el cuartel a su domicilio había poco más de media hora de trayecto. Inició el trayecto sin demasiadas ganas, caminando sin prisas en dirección a casa. ¿ Su casa, realmente era su casa ?. Podía llamarle hogar, pero ahora que lo pensaba bien, habitualmente pasaba muchas más horas fuera de ella que allí. Realmente era la casa de Marga. Aunque había también trabajado durante años, Manolo se había empeñado en que no era necesario que lo hiciese, que con su sueldo de suboficial tenían más que suficiente para cubrir las necesidades de los dos. Ella había dejado hacia un par de años atrás su puesto de administrativa en una industria de la Zona Franca para volcarse en el cuidado de la casa. Debía de haberse aburrido mortalmente todo aquél tiempo.

Se detuvo en un bar restaurante que había a un par de calles de su domicilio, y pidió una buena ración de Bourbon. Bebió lentamente tratando de ordenár sus ideas, contemplando durante horas el desfile de parroquianos del local. Se sentía extrañamente a gusto allí, aunque nunca había sido un cliente asiduo de bares y tabernas, dejando que el torbellino que recorría su mente se fuese calmando con el transcurso de las horas, contemplando como los últimos noctámbulos del barrio desalojaban el local.

Sobre las dos de la mañana, los camareros empezaron a pasar la escoba por el local y a recogér las mesas. Apuró el escaso licor que aún quedaba en el vaso, y recogió el casi vacío paquete de tabaco de la mesa. Tras el quedaba un cenicero repleto de colillas y unos camareros que aliviados por su marcha, bajaron la persiana metálica para evitar la entrada de algún borracho pelmazo de última hora. Se dirigió a casa con la esperanza de que Marga estuviese dormida. No se sentía con fuerzas para pedirle alguna explicación, ni tan siquiera sabia como hacerlo. El dolor que sentía había perdido intensidád, y ahora solo lo sentía como algo sordo y latente tras su cansancio.

Entró en el piso procurando no hacér demasiado ruido. Tenia la intención de echarse en el sofá del comedor para descansar. Cuando encendió la lúz del salón, vió que Marga estaba sentada allí, despierta. Le habia estado esperando en la oscuridád.

- ¿ Porqué no has contestado mis llamadas ?.
- No me apetecia hacerlo, Marga. No sabia que decirte. Ni tan siquiera lo sé ahora.

Por un instante, procuró mirár a sú esposa con los ojos de otro hombre, como si la contemplase por primera véz. Vió a una mujér temblorosa y apenada. Una mujér en la plenitúd de la maduréz y maravillosamente atractiva. El cabrón de Marín tenia buén gusto.

Tomó asiento a sú lado, encendiendo el enésimo cigarrillo de la noche, y permaneció en silencio, mirado hacia la cristalera del balcón.

- Dime algúna cosa, Manolo.
- Marga, no voy a montarte el numerito del "marido cornudo". Me he pasado años viendo esos casos a mi alrededór, y las desagradables consecuencias de los sentimientos de despecho desatados. He aprendido durante años a mantenér la cabeza fria en las peóres situaciones, y esta véz, la sigo conservando, aunque por muy poco. Tan solo tengo una pregunta : ¿ porqué ?.

Un espeso silencio se hizo en el comedor antes de que ella respondiese.

- Me sentía deseada, Manolo.

Volvió la cabeza y la miró. Unos silenciosos lagrimones rodaban por las mejillas de ella.

- Marga, ¿ me quieres, me sigues amando ?.

Ella intentó hablár, pero su voz se rompió en su garganta. Asintió vigorosamente con la cabeza. El la abrazó suavemente y la besó con una ternura que quizás no le había dado durante años. Pasaron así un tiempo indeterminado, hasta que él aflojó su abrazo.

- Anda mujer, vámonos a la cama, porqué si no, a las siete no habrá quién se levante. Y como dice un amigo mio, "el coño, una vez lavado y perfumado, queda exactamente igual como antes de follar".

Un extraño sonido, que Manolo nos supo identificar como llanto ó risa, o ambas cosas a la vez, surgió de la garganta de ella.

- Manolo, ¡¡ pero que animal que eres !!.

Se quedaron dormidos en pocos minutos. A él le venció el cansancio y el alcohol, a ella, la liberación de la tensión que había soportado todo aquél largo día.

( continuará )

lunes, 8 de noviembre de 2010

VAZQUEZ ( II )


Manuél Vázquez recibió el aviso del hallazgo de las armas por los estibadores en su despacho del acuartelamiento de la Avenida de Madrid algo antes del mediodía. Cursó las instrucciones oportunas para que una furgoneta del cuerpo se desplazase tras su coche oficial para recoger el alijo de armas y transportarlo al deposito.
Aquél día estaba al mando de la unidad. El teniente Marín, su oficiál jefe, había llamado a primera hora de la mañana para excusar su ausencia a causa de un fuerte catarro.

- Cuidese jefe, y quedese hoy en la cama, hoy hace bastante fresco y aún podría empeorar más.- La respuesta de Vázquez fue sincera. Sentía por aquél oficiál simpatía, y había establecido con él una franca amistád. El y Margarita habían ejercido con aquél muchacho de anfitriones, había sido destinado a la unidad algo menos de un año atrás, y no conocía absolutamente nada de aquella ciudad. 
  
Al preparar la documentacion que debía llevar consigo, echó en falta la cámara fotográfica. Recordó que la había olvidado en su domicilio. El fin de semana anterior, el y Marga habían pasado un par de días en Camprodón, en las faldas de los Pirineos y habían utilizado la máquina para tomar unas instantáneas de los paisajes de la zona, del pequeño y pintoresco pueblo, y de las cumbres aún nevadas de los montes.
- Tendré que pasar por casa a recogerla, y susbstituír el carrete. No vaya a ser que los del laboratorio crean que he fotografiado el puente románico de Camprodón por ser una construcción ilegal, je, je.

Pasar por su domicilio no suponía perder demasiado tiempo, él y Marga vivían en un ático del Paseo de la Zona Franca, en cuyo arranque estaba situada uno de los accesos al puerto. Mientras el ascensor subía a las últimas plantas, recordó que había guardado la cámara en la cómoda del dormitorio.

Entró en el piso con prisas. Se extrañó de que la puerta no estuviese asegurada con la doble cerradura,  el silencio en la vivienda aparentaba la ausencia de su esposa. Al abrir la puerta del dormitorio, la imagen que contempló en la penumbra que filtraba la persiana de la ventana hizo que su mano se crispase sobre el picaporte de la puerta. Marga estaba sobre la cama, abrazada a un hombre.

Distinguió bajo aquella luz tenue el rostro de Alonso Marín, su superior. No supo que decir, ni que hacer. Por unos instantes, los tres permanecieron inmóviles y en silencio, un silencio espeso que presagiaba una tempestad.

Finalmente, Manolo se dirigió a la cómoda, y abriendo el cajón superior, extrajo de el la cámara enfundada en su estuche. Volvió hacia la puerta de la habitación y antes de salir y cerrarla tras él, comento :

-¡¡ Menudo catarro !!..... pájaro.

Descendió a la calle corriendo por las escaleras, como si huyese de algo o alguien que le persiguiese. Una vez en el vestíbulo, se detuvo unos instantes para recobrar el aliento y la compostura. Se arreglo el uniforme, y salió a la calle, intentando ordenár sus ideas.

Subió al coche oficiál cerrando la puerta con un golpe violento, y ordenándole al conductór :
- Tira para la terminál de contenedores, Antonio.
Antonio, el agente que conducía el coche, observó atónito cuando se detuvieron en el siguiente semáforo, como Manolo rebobinaba violentamente el carrete fotográfico que había en el interior de la la cámara, abría esta y lanzaba el carrete lejos a través de la ventanilla abierta.
- ¿ Se encuentra usted bien, mi sargento ?. No tiene buen aspecto.
- Cosas mías, Antonio, cosas mías. Vamos a ver que nos encontramos en los muelles. 

Cuando finalmente llegaron a la terminál de contenedores, Vázquez revisó la documentación del flete marítimo. Aparte del contenedor siniestrado, había dos mas con idénticos remitente y destinatario. Al revisar estos, aparecieron más armas militares sin declarar. Además de los fusiles de asalto, descubrió un lote de ametralladoras, lanza granadas y munición diversa para todo aquél armamento. Pidió por radio el envío de un camión pesado donde cargar todo aquél alijo ilegal, y solicitó su deposito en uno de los acuartelamientos con más espacio, más modernos y más vigilados de los que disponía el cuerpo en toda la provincia de Barcelona. En total, había una docena de toneladas de armamento diverso.

Realizó todas estas tareas de una forma automática, con la sincronía que dan años de práctica, sin pensar apenas en lo que estaba realizando. No podía substraer de su pensamiento la imagen que había contemplado en su casa. Cuando terminó la documentación necesaria para hacerla llegar al juzgado de guardia, eran cerca de las tres de la tarde. No sentía apetito alguno, y mucho menos, deseos de regresár a su casa.


Continuará

martes, 26 de octubre de 2010

VÁZQUEZ



- Manolo, ¿ quieres explicarme de una puñetera véz que demonios haces tú internado aquí ?. - La vóz de Timoteo parecia llegár a los oidos de Vázquez desde una grán distancia. Estaba tumbado en la cama, con los brazos cruzados trás la cabeza, y con la mirada colocada en el blanco impoluto del techo. A fuerza de mantenér la mirada fija en la claridád, el techo se perdia en medio de sombras lechosas en sú retina

- ¿ No aparento estár muy loco, ¡eh!, Timo ?.
- La verdád es que nó, incluso diria que eres demasiado lúcido, completamente cuerdo.
- Está bién, te voy a explicár una historia algo larga, y sobre todo, aleccionadora y con la que espero que escarmientes en cabeza ajéna. Una historia sobre una derrota personál, sobre mí fracaso, y que tiene que enseñarte que en la vida, suceda lo que te suceda, siempre tienes que mantenér la lucidéz. Tienes que sér siempre el dueño de tú destino, porqué si nó, siempre estarás dependiendo de las carambolas del destino, de las buenas o malas decisiones de los demás.

Manuél Vázquez Fonseca tenia cuarenta y cinco años. Habia nacido en un pequeño pueblo de Cantabria, hijo de un número de la Guárdia Civíl. Desde sú niñéz, habia tomado la decisión de seguír los pasos de sú padre, en ingresár en el cuerpo. Nada más cumplír los dieciseís, entró en la escuela de guardias jóvenes "Duque de Ahúmada" de Valdemoro, en Madríd. Recorrió varios destinos por todo el país, incluyendo un par de años en el País Vasco, en un pequeño acuartelamiento que vivia bajo la permanente tensión de la amenaza del terrorismo etarra, cerca de Bilbao. Allí volvió a coincidír con una antigua compañera de juegos infantiles, que como él era hija de un miembro del cuerpo.

Margarita tenia por entonces veinte años y una tremenda belleza. Era hija de un antiguo superiór de sú padre. Con ella habia compartido infancia y juegos, aunque era un par de años más jóven que Manolo. Habian sido algúnos años compartidos en aquél pueblo de la costa Cántabra. Felices e inocentes veranos de playa, cursos en la pequeña escuela rurál, y estrecheces en la pequeña casa-cuartél. Llevaban diéz años sin verse, desde que el padre de Margarita fué trasladado a otro destíno. Aquella mocosa junto a la cuál habia correteado saltando olas en las playas norteñas se habia convertido en una mujér esplendida.

La vida cotidiana de semi reclusión que imponia la seguridád en aquél cuartél del País Vasco los hizo convivír otra véz estrechamente, y entre Margarita y aquél jóven guárdia nació el amór. Se casaron un pár de años más tarde. Aún recordaba sú belleza casi hiriente el dia en que se casaron. Sú corta melena morena, de un negro profundo, casi azulado, enmarcando su sonrosada piel y aquellos ojos de un verde esmeralda, que le miraban expresando amor y devoción. Parecía que hubiesen pasado míl años desde aquél instante.

Después vinieron años de felicidad. Manolo hizo los méritos y los cursos pertinentes para alcanzar el grado de sargento. Se integró dentro de la policia judicial y consiguió un destino en Barcelona. Marga siempre había sido una esposa responsable. Trabajó en varios empleos siguiendo los destinos de Manolo, contribuyendo al levantár el hogar común. Era una mujer inteligente y culta, Manolo se sentía orgullosos de ella, y un privilegiado por compartír su vida con una persona de su talla. No habian tenido híjos.

Dentro de las competencias de la policía judicial, recaen los delitos relacionados con fraude fiscal, trafico de drogas, y trafico de armas entre muchos otros. Barcelona disfruta del segundo puerto comercial en trafico de mercancías de todo el Mediterraneo, justo detrás del puerto de Marsella. Ello implica que algunas veces, junto con las mercancías legáles, en el puerto se introduzcan otras que no lo son tanto, camufladas entre el resto de los muchos contenedores que diariamente se descargan en los muelles.

La mañana en que se desencadenaron los hechos que culminaron con el internamiento de Manuel Vázquez en un pabellón psiquiatrico, amaneció despejada, ventosa y fria, una mañana típica de fines de invierno en Barcelona. Sobre las diéz de la mañana, una grúa rodante de la terminál de contenedores transportaba un viejo contenedor hacia el muelle donde esperaba un carguero con destino a un puérto africano. El contenedor tenia a sus espaldas bastantes millas navegadas, y estaba en un precario estado de conservación, muy "zurrado" en la jerga de los estibadores. Procedía del puerto ucránio de Odessa, y tenia que ser reenviado a una republica centroafricana. Según la documentación de origen, contenia repuestos para maquinaria agrícola, y la carga había superado una primera inspección visuál.

Repentinamente, dós de los anclajes que sujetaban el contenedor a la grúa, cedieron, provocando la caida del cajón. Las puértas cedieron, y toda la carga acabó desparramada sobre la explanada. La estibadora frenó en seco la grúa jurando en arameo, y avisó por radio al control de tráfico del incidente. Cuando los trabajadores portuarios se acercaron al contenedor siniestrado para arreglar el estropicio y trasladar aquella carga a otro intacto, vieron claramente que no todo el material correspondía a la carga declarada. Entre transmisiones de potencia, cajas de cambio y piezas de motor, aparecieron algunas cajas de madera reventadas por el impacto. Contenían fusiles de asalto de fabricación soviética.

- Habrá que avisár a los Civiles, ¡¡ mecagüendiéz!!, con el tráfico que tenemos hoy, y esto tirado justo aquí en medio.- Renegó a vóz en grito el jefe de turno.


( Continuará )