"Esta es la crónica de como San Timoteo del Besós recibió la revelación divina, abandonando sú vida pecaminosa y como a partír de aquél momento se dedicó en cuerpo y alma a redimír a todo aquél que escuchaba sú palabra" . Yo, el discipulo escriba.



domingo, 19 de diciembre de 2010

VAZQUEZ (V)

Los dos primeros días de arresto preventivo, Manolo los cumplió realizando su trabajo y pernoctando en uno de los calabozos del cuartel de la avenida de Madrid.

Cuando los informes emitidos por el Hospital Clínico sobre el estado de salud del teniente Marín confirmaron que no existían lesiones graves y permanentes, el comandante sustituyó el arresto en el calabozo por el de arresto en domicilio. Manolo trabajaba con normalidad durante el día, y pasaba las noches en su domicilio en compañía de Marga. Por la unidad, ya el primer día había corrido la voz de lo sucedido entre Vázquez y el oficiál, y el motivo que lo había ocasionado. Manolo notaba como sus compañeros le miraban con una mezcla de cariño, respeto y lástima. Nadie le hizo ningún comentario sobre el incidente.

Marín presentó una denuncia contra su subordinado bajo la acusación de agresión e insubordinación ante los mandos superiores, que se cursó a la Sala de Justicia Militar de la quinta zona. A pesar de que la consecuencia de la monumental paliza tan solo fueron hematomas, moretones y algún punto de sutura en los labios, daños que solo exigieron una semana de atención médica y tratamiento con analgésicos, Marín prolongó la baja médica aduciendo motivos psicológicos. No se sentía con el suficiente valor como para permanecer en las mismas dependencias que Vázquez. El mando de la unidad de Policia Judicial tampoco estaba dispuesto a prescindir del trabajo cotidiano de Manolo. Era un hombre con amplia experiencia en su especialidad, y los casos acumulados sufrirían un brusco retraso hasta la llegada de su substituto, que aún así, tardaría semanas en ponerse al día en aquél delicado trabajo, y en el conocimiento de la ciudad. En cambio, la ausencia de Marín apenas se notaba en el trabajo diario.

Mas tarde, Manolo guardaría un recuerdo agridulce de aquellos días. Aquél desliz, en vez de terminar de degradar la relación matrimonial entre Manolo y Marga, tuvo la virtud de restaurarla y hacerla mas estrecha. Airearon en largas conversaciones, todo lo que quizás les había llevado a aquella situación. Recuperaron la franqueza perdida entre los dos.

También recuperaron una intensa vida sexual. Rara fue la noche en aquellos días que no hicieron el amor, a veces, intensamente durante horas.

- Nunca le damos el justo valor a lo que ya tenemos, hasta que lo perdemos, o corremos el riesgo de perderlo.- Era la reflexión que aquellos días se instalo en el pensamiento de Manolo

Finalmente, la Sala de Justicia Militar decidió incoar un consejo de guerra a Manolo, fijando una fecha para la vista. Como abogado defensór, le adjudicaron a un joven teniente del Cuerpo Jurídico Militar dotado de mucho entusiasmo y de muy poca experiencia.

Los cargos que pesaban contra Manolo, podían significar una condena de entre cinco y diez años de prisión, en el peor de los casos. Preparar la defensa, una defensa razonada que le permitiese salir airoso de aquél trance, y con un defensór novel, supuso para Manolo un auténtico calvario. Para mas colmo, presidiría el tribunal como juez un coronel con fama de duro y estricto, el coronel De Lafuente.

- Vázquez, la verdad es que no se muy bien como enfocar su defensa. La agresión que cometió usted no sucedió en el contexto de una discusión. Fue premeditada, la extensión de las lesiones según el parte médico lo demuestran así, no fue ningún arrebato pasional ni momentáneo. O al menos, así lo verá el tribunal. tan solo se me ocurre alegár como causa eximente un  trastorno mental.
- ¿ No sirve como atenuante que ese golfo se acostase con mi mujer ?.
- Dificilmente. Si la paliza se la hubiese propinado usted en el momento de descubrir la infidelidad, su reacción se podría justificar por un arrebato de celos. Pero como comprenderá, es difícil justificar su comportamiento al día siguiente de los hechos. Es una agresión meditada.
- Está bien, plantee usted la defensa en base a un posible trastorno mental. Supongo que tendré que someterme a un peritaje psiquiatrico.
- Solicitaré ese peritaje médico, y procure usted aparentar un pésimo estado mental cuando le sometan a examen. Unos indicios de esquizofrenia nos vendrían muy bien para su defensa.

Las dos semanas que transcurrieron hasta la fecha del consejo de guerra fueron para Manolo unos días agridulces. La vida dentro de su hogar era feliz. Tenia el cariño y el apoyo de Marga, pero la cercanía del juicio, y la posibilidád de una condena larga le angustiaba profundamente.

Aquella noche, tras la cena, el salió a la terraza del ático a fumar un cigarrillo en soledad. Contemplaba el cercano resplandor de las luces en los muelles. El puerto era una pequeña ciudad aparte que nunca dormía.
La presión y la calidez del brazo de Marga sobre su hombro le despegó de su ensoñación.

- ¿ En que piensas ?.
- En nada importante Marga. Es tan solo que siento miedo. Miedo a que me encierren. Miedo a perderte ahora que he vuelto a recuperarte. Miedo a haber malgastado mi vida.
- En cambio yo siento rabia, Manolo. Rabia de que esto esté sucediendo por culpa mía. Rabia de que un capricho mio nos haya llevado a esta situación. Rabia de que un hombre honrado como tú acabe en una prisión por tan poco.
- Es culpa mía, no debí tocar a ese idiota, y debía haberme limitado a elevar una queja de él a mis superiores por indignidad.

Volvieron al interior del piso, y en silencio se acostaron en su alcoba. Marga buscó sus labios con los suyos y empezó a besarle lenta y cálidamente. El frío de la noche, y el miedo, abandonaron el cuerpo de Manolo. Se abandono a la ternura de Marga, y todo su horizonte, todo su mundo, se ciñó a la suave y tibia piel de su esposa.

Llovía a cantaros sobre la ciudad la mañana en que se abrió la vista en el edificio de la Capitanía Militar. El arranque de las Ramblas estaba vació de los turistas que en toda época del año llenaban habitualmente la zona. Ni siquiera se veían a las omnipresentes gaviotas, Debian haber buscado refugio del temporál en los tinglados portuarios. A través del cristal del coche oficial, Manolo contemplaba el paisaje  del Paseo de Colón desdibujado por la lluvia. Sintió un escalofrío cuando el vehículo se introdujo en el patio del edificio.

A cualquier extraño, aquella sala repleta de uniformados con galones le habría impuesto mucho respeto, pero no así a Manolo, aunque la recargada decoración neoclásica del salón de actos tampoco proporcionaba ninguna calidez a aquél acto.

Una vez constituido el tribunal, la fiscalía pasó a relatar los cargos contra Manolo. El teniente Serrano, el letrado defensór de Vázquez, presento ante el presidente de la sala los informes médicos que se habían realizado tras el peritaje psiquiátrico. Alegaba en descargo de su defendido, inestabilidad mental que había propiciado algo tan grave como una agresión física a un superior inmediato. La defensa propuso como testimonio al médico autor del informe, y ante su ausencia, la vista se pospuso hasta el día siguiente.

Al día siguiente, el doctor Alfonso Tórt, el autor del peritaje psicológico al que había sido sometido Manolo, declaró ante el tribunal. Explicó ante los uniformados, que aquél sujeto padecía una leve síndrome paranoico, agravado por el descubrimiento de la infidelidad de su esposa con el teniente Marín. La reacción violenta, bajo su punto de vista, solo era cuestión de tiempo y oportunidad, y que a su parecer, la paliza que había sufrido el oficial, era consecuencia del estado de ansiedad provocado en el paciente por aquella situación estresante. Y que quizás, el resultado había sido leve comparandolo con otros casos similares. En su opinión, no se habría extrañado si el sargento Vázquez hubiera asesinado al oficiál. La vista quedó pendiente de sentencia por parte del tribunal.

Dos días mas tarde, el tribunal dictó sentencia. El coronel jurídico De Lafuente tomó la palabra.
- Después de deliberar, esta sala se pronuncia sobre la acusación que pesa contra el sargento Manuél Vázquez Fonseca. Declaramos al acusado inocente de los cargos de insubordinación y agresión física a un superior en acto de servicio. No obstante, decretamos su ingreso en una institución sanitaria militar para ser tratado de su enfermedad psicológica durante el tiempo necesario hasta su recuperación, o bien hasta su baja en el servicio activo, según el criterio de los facultativos asignados a su cuidado. El fiscal hizo un gesto de disconformidád. El coronel De Lafuente se dirigió a él de una forma cortante :
- Ni se le ocurra protestar, capitán. Este tribunal  da el caso por cerrado.

Manolo respiró aliviado cuando el coche oficial le trasladaba de vuelta al cuartel. Había agradecido discretamente a Serrano la hábil defensa de su caso ante el tribunal.
Fue puesto en situación de arresto domiciliario hasta su traslado a un centro hospitalario militar, donde quedaría internado por un tiempo indefinido. La sentencia era no tan desastrosa como el había imaginado. Y se había ahorrado la presencia de Marín en las sesiones del tribunal. Aquél desgraciado continuaba de baja médica y ni se había molestado en asistir al juicio.

A llegar a casa, Marga se abrazó a el con el rostro arrasado en lágrimas. Había asistido a todas las sesiones del juicio y no podía contener su pena.

- No llores más, preciosa mía. La cosa ha salido mejor de lo que yo esperaba. Solo estaré una temporada en un hospital militar. Fuera de Barcelona, eso es seguro.

Al día siguiente, Manolo no madrugó por primera vez en muchos años. Quedaba confinado bajo vigilancia hasta su traslado. Marga si había madrugado, y le tenia preparado el desayuno y traído la prensa diaria.

La mañana se le hizo extrañamente larga encerrado en casa. Se había leído de cabo a rabo el periódico y se había aburrido soberanamente  con la programación matinal de las cadenas de televisión. Se movía por el piso con la inquietúd de un animal encerrado en una jaula.
- Tendrás que irte calmando un poco, y acostumbrándote a esta situación, esto solo es el principio de una temporada que no sabes cuando acabará.- Se dijo Manolo a si mismo tratando de controlar su ansiedad.

Pasado el mediodía, casi a punto de almorzar, una llamada en el timbre de la puerta les sorprendió a los dos. No esperaban ninguna visita.

- Al abrir la puerta, Manolo se sorprendió al encontrar tras ella al coronel De Lafuente vestido de paisano. De Lafuente sonrió al ver la expresión de asombro del Guardia Civil.

- Buenas tardes Vázquez. Lamento presentarme en su casa sin avisarle. Quisiera que me invitase usted a una cerveza y poder mantener con usted una conversacion privada,  a solas.

El atónito Manolo hizo pasar a la inesperada visita al salón comedor del piso, y fue hasta la cocina a buscar un par de cervezas. Le dio instrucciones a Marga, que estaba a punto de servir el almuerzo en el comedor, para que saliese a dar un paseo por el barrio durante un rato.

Una vez a solas los dos hombres en el comedor, De Lafuente arrancó la coversación con temas triviales, tratando de romper la sorpresa y el nerviosismo que había ocasionado su inesperada visita a aquella casa.

- Le felicito Vázquez. Tiene usted un piso muy agradable, y el comedor orientado al sur le da una magnifica luz natural durante todo el día.
- Sí, tiene usted razón, pero en verano nos gastamos una fortuna en aire acondicionado para mantener la casa fresca.
- Nunca se puede tenér todo, amigo mio. Siempre hay algún inconveniente.

Siguieron unos instantes de silencio entre los dos hombres. De Lafuente observaba a Manolo con una leve sonrisa.

- Vamos a hablár del asunto que me ha traído hasta aquí, Vázquez. No se habrá creído ni por un instante que yo me he tragado lo de su supuesta enfermedad mental, ¿ verdad ?.
- Ahora veo que no, pero usted utilizó el informe médico como atenuante en la sentencia.
- Sí, pero técnicamente me podrían acusar de prevaricación, he dictado una sentencia legalmente injusta a sabiendas.

                                                             ( continuará )


martes, 7 de diciembre de 2010

VAZQUEZ ( IV )







A la mañana siguiente, Manolo despertó temprano. Aunque había descansado bien, un leve dolor de cabeza le recordaba el episodio alcohólico de la noche anterior. Se duchó para acabár de recolocar las toxinas que aún corrían por sus venas en su lugar. Tras vestirse, un café caliente, amargo y espeso acabó de templar su organismo. A punto de marcharse hacia el cuartel de Les Corts, entreabrió la puerta del dormitorio. Marga seguía durmiendo serenamente, Se acerco silenciosamente a ella y depositó un leve beso en sus labios. Ella abrió los ojos en aquél instante.
- Me marcho a trabajár Marga, no te preocupes. Estoy bien, y si no hay ninguna complicación, vendré a almorzar al mediodía contigo.

Ella contempló en la semi penumbra de la habitación, su sonrisa leve y un brillo de amor en su mirada. Envolvió los hombros de el con sus brazos y lo atrajo hacia ella, abrazándolo con fuerza. Cuando se separaron, Manolo contempló como un espeso lagrimón se deslizaba en la mejilla de Marga. El lo secó con sus dedos.
- Ni una sola lágrima mas, preciosa mía. No vale la pena. Quizás tengamos que hablar largo y tendido sobre lo que ha pasado, sobre tu y yo y estos últimos años, sobre nuestras vidas. Pero lo haremos con serenidad. Por que te quiero sinceramente, y por que no quiero perderte. Ella sonreía también, aunque las lágrimas seguían arrasando su rostro.
- ¡¡ Vamos, perezosa!!. Levantate, date una buena ducha y desayuna alguna cosa. Sal por ahí a dar un paseo y respira un poco. Y no te olvides de sonreír. No ha pasado nada que no podamos resolver.

El trayecto en autobús público hasta el cuartel le ayudo a desperezarse del todo. Aquella mañana era especialmente fría. Cuando entró en el despacho, el teniente Marín no había hecho acto de presencia por allí. Respiró aliviado, no le apetecía ver la cara de aquél canalla. Empezó a revisar el papeleo pendiente en la bandeja de su mesa y la agenda con los asuntos que habia que despachar durante el dia.

Algo mas tarde de las ocho de la mañana, la puerta del despacho se abrió, y tras ella apareció Marín. Las miradas de los dos hombres se cruzaron durante unos instantes que a Marín le parecieron eternos. La expresión en el rostro de Manolo era fría como el hielo.

- ¿ Que tal ese catarro, mi Teniente ?. Espero que esta noche haya dormido bien y haya recuperado la salud.
- Esto... Estoy mejor, Vázquez, gracias. ¿ Alguna novedad ?.
Un leve tartamudeo delataba la inseguridad que sentía Marín. Al responder a Manolo, también había palidecido visiblemente.
- Pues sí, mientras ayer usted guardaba cama debido a su enfermedad, en la terminal TCB de contenedores del puerto se descubrió accidentalmente un cargamento de armas no declaradas que iban a ser embarcadas rumbo a Liberia. Hice trasladar el alijo al depósito de Sant Andreu de la Barca, presenté el informe al juzgado de guardia, y estamos pendientes de las providencias que dicte el juez que lleva el caso.

Marín ocupó su despacho, y, al contrario de la costumbre habitual que tenia de dejar la puerta de este abierta, la cerró tras el. Manolo respiró aliviado procurando concentrase en el trabajo pendiente. Al menos no tendría que contemplar aquella odiosa cara.

Sobre la once, una llamada del juzgado que llevaba el caso, les hizo llegar instrucciones de volver al puerto, para tomar una declaración previa al jefe de turno de los estibadores, y a los agentes de aduanas que habían manejado aquél flete desde su salida de Ucrania.

Vázquez y Marín salieron con el coche oficiciál. Un silencio glacial se instaló entre los dos hombres durante el lento trayécto, debido a la intensidád del trafico y a algunas obras en las calles. Fue Marín quién inició la conversación.
- Creo que le debo una explicación por mi comportamiento de ayer, sargento.
-No es necesario que me explique nada, Marín. Ayer ya estuve hablando con Marga, y lo que ha sucedido está muy claro. Es usted un sinvergüenza. Usted está soltero y por lo que sé, sin compromiso. No necesitaba meterse en la cama de otro hombre.
- Pero no solo yo soy culpable, también está su mujer.
-¡¡ Las razones que tenia Marga para ponerme los cuernos con usted, las tengo muy claras !!, teniente. Pero lo que también tengo muy claro es que usted es un sinvergüenza indigno del uniforme y del rango que ostenta, y mucho menos de la confianza que implicaba mi amistad y la de mi esposa.
- ¡¡ Es intolerable que un subordinado me insulte de esta manera !!.

Cuando las últimas palabras de Marín resonaron dentro de automóvil, casi habían alcanzado el acceso al puerto desde la Ronda del Litoral. Vázquez desvió el vehículo hacia un descampado junto a la salida de la autovía, cerca del acceso al cementerio de Montjuích. Detuvo el vehículo, se apeó de él, y desabrochó el cinturón con la pistolera, arrojándolo al interior del vehículo. Se despojó también de la chaqueta y la gorra ante la mirada atónita de Marín, que seguía sentado dentro del vehículo.

- ¡¡ Bájese del coche, teniente !!. Vamos a discutir esto mas allá de jerarquías y reglamentos. Ya que se ha sentido insultado, le doy la oportunidad de lavar su honor.  Marín descendió del vehículo, y también se aligeró prescindiendo de la pistolera, la chaqueta y la gorra. Se situó frente a Manolo.

Marín tenia una buena forma física, y era más joven que Vázquez. Había recibido formación en defensa personál en la academia, y no temía enfrentarse a puñetazos al maduro sargento.

Manolo levantó los puños adoptando la posición de defensa clásica de un boxeador, y el teniente le imitó. Manolo hizo  una finta con el puño izquierdo que despistó al teniente, tras lo que descargo un golpe seco y demoledor con el puño derecho en el plexo solar de Marín. El golpe inesperado, dejó al teniente desconcentrado e inerme. Fue el primer golpe de una tremenda paliza.

Media hora mas tarde, el coche oficial conducido por Vázquez, irrumpía en el Hospital Clínico a través de acceso de urgencias. Ayudó a los enfermeros a situar al semi inconsciente Marín en una camilla, y se dirigió hacia el mostrador de admisiones del servicio. Facilitó los datos del teniente a la auxiliar del mostrador.

- ¿ Que le ha sucedido al enfermo ?.
- Le han dado una soberana paliza.

Tras completár los trámites, Vázquez se subió al vehículo y regresó al acuartelamiento. Pidió ver al comandante al mando.
- Mi comandante, me pongo a su disposición. Le he pegado una paliza al teniente Marín. Lo he dejado ingresado en el Clínico para que lo atiendan debidamente.
- ¿ Que dice usted que ha hecho, Vázquez ?.
Manolo le relató serenamente lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas.

- Vázquez, lo siento, pero queda usted arrestado hasta nueva orden.

                                                           ( continuará )