"Esta es la crónica de como San Timoteo del Besós recibió la revelación divina, abandonando sú vida pecaminosa y como a partír de aquél momento se dedicó en cuerpo y alma a redimír a todo aquél que escuchaba sú palabra" . Yo, el discipulo escriba.



jueves, 18 de noviembre de 2010

VAZQUEZ ( III )


Invirtió toda la tarde en cursar el papeleo de la aprehensión de aquella mañana en los muelles. Sus sentimientos cambiaban a ráfagas. Pasaba de la furia mas destructiva a la desolación mas absoluta en segundos. En alguna ocasión tuvo que detener el trabajo para secarse las lágrimas que sin poderlas controlar caían de sus ojos. El teléfono sonó en un par de ocasiones, y cuando desde la centralita le comunicaron que Marga estaba al teléfono, rechazó que le pasaran la llamada.

Cuando tuvo el expediente cerrado, acudió con el coche oficiál al juzgado de guardia para cursar la denuncia de aquél asunto. Volvió al cuartel pasadas las ocho de la tarde. Del teniente Marín, no había ninguna noticia, no había aparecido por allí en todo el día. Pensó que aquella comadreja estaría a aquellas horas encerrado en su vivienda. Se vistió de paisano y salió a la calle. Paseando, desde el cuartel a su domicilio había poco más de media hora de trayecto. Inició el trayecto sin demasiadas ganas, caminando sin prisas en dirección a casa. ¿ Su casa, realmente era su casa ?. Podía llamarle hogar, pero ahora que lo pensaba bien, habitualmente pasaba muchas más horas fuera de ella que allí. Realmente era la casa de Marga. Aunque había también trabajado durante años, Manolo se había empeñado en que no era necesario que lo hiciese, que con su sueldo de suboficial tenían más que suficiente para cubrir las necesidades de los dos. Ella había dejado hacia un par de años atrás su puesto de administrativa en una industria de la Zona Franca para volcarse en el cuidado de la casa. Debía de haberse aburrido mortalmente todo aquél tiempo.

Se detuvo en un bar restaurante que había a un par de calles de su domicilio, y pidió una buena ración de Bourbon. Bebió lentamente tratando de ordenár sus ideas, contemplando durante horas el desfile de parroquianos del local. Se sentía extrañamente a gusto allí, aunque nunca había sido un cliente asiduo de bares y tabernas, dejando que el torbellino que recorría su mente se fuese calmando con el transcurso de las horas, contemplando como los últimos noctámbulos del barrio desalojaban el local.

Sobre las dos de la mañana, los camareros empezaron a pasar la escoba por el local y a recogér las mesas. Apuró el escaso licor que aún quedaba en el vaso, y recogió el casi vacío paquete de tabaco de la mesa. Tras el quedaba un cenicero repleto de colillas y unos camareros que aliviados por su marcha, bajaron la persiana metálica para evitar la entrada de algún borracho pelmazo de última hora. Se dirigió a casa con la esperanza de que Marga estuviese dormida. No se sentía con fuerzas para pedirle alguna explicación, ni tan siquiera sabia como hacerlo. El dolor que sentía había perdido intensidád, y ahora solo lo sentía como algo sordo y latente tras su cansancio.

Entró en el piso procurando no hacér demasiado ruido. Tenia la intención de echarse en el sofá del comedor para descansar. Cuando encendió la lúz del salón, vió que Marga estaba sentada allí, despierta. Le habia estado esperando en la oscuridád.

- ¿ Porqué no has contestado mis llamadas ?.
- No me apetecia hacerlo, Marga. No sabia que decirte. Ni tan siquiera lo sé ahora.

Por un instante, procuró mirár a sú esposa con los ojos de otro hombre, como si la contemplase por primera véz. Vió a una mujér temblorosa y apenada. Una mujér en la plenitúd de la maduréz y maravillosamente atractiva. El cabrón de Marín tenia buén gusto.

Tomó asiento a sú lado, encendiendo el enésimo cigarrillo de la noche, y permaneció en silencio, mirado hacia la cristalera del balcón.

- Dime algúna cosa, Manolo.
- Marga, no voy a montarte el numerito del "marido cornudo". Me he pasado años viendo esos casos a mi alrededór, y las desagradables consecuencias de los sentimientos de despecho desatados. He aprendido durante años a mantenér la cabeza fria en las peóres situaciones, y esta véz, la sigo conservando, aunque por muy poco. Tan solo tengo una pregunta : ¿ porqué ?.

Un espeso silencio se hizo en el comedor antes de que ella respondiese.

- Me sentía deseada, Manolo.

Volvió la cabeza y la miró. Unos silenciosos lagrimones rodaban por las mejillas de ella.

- Marga, ¿ me quieres, me sigues amando ?.

Ella intentó hablár, pero su voz se rompió en su garganta. Asintió vigorosamente con la cabeza. El la abrazó suavemente y la besó con una ternura que quizás no le había dado durante años. Pasaron así un tiempo indeterminado, hasta que él aflojó su abrazo.

- Anda mujer, vámonos a la cama, porqué si no, a las siete no habrá quién se levante. Y como dice un amigo mio, "el coño, una vez lavado y perfumado, queda exactamente igual como antes de follar".

Un extraño sonido, que Manolo nos supo identificar como llanto ó risa, o ambas cosas a la vez, surgió de la garganta de ella.

- Manolo, ¡¡ pero que animal que eres !!.

Se quedaron dormidos en pocos minutos. A él le venció el cansancio y el alcohol, a ella, la liberación de la tensión que había soportado todo aquél largo día.

( continuará )

lunes, 8 de noviembre de 2010

VAZQUEZ ( II )


Manuél Vázquez recibió el aviso del hallazgo de las armas por los estibadores en su despacho del acuartelamiento de la Avenida de Madrid algo antes del mediodía. Cursó las instrucciones oportunas para que una furgoneta del cuerpo se desplazase tras su coche oficial para recoger el alijo de armas y transportarlo al deposito.
Aquél día estaba al mando de la unidad. El teniente Marín, su oficiál jefe, había llamado a primera hora de la mañana para excusar su ausencia a causa de un fuerte catarro.

- Cuidese jefe, y quedese hoy en la cama, hoy hace bastante fresco y aún podría empeorar más.- La respuesta de Vázquez fue sincera. Sentía por aquél oficiál simpatía, y había establecido con él una franca amistád. El y Margarita habían ejercido con aquél muchacho de anfitriones, había sido destinado a la unidad algo menos de un año atrás, y no conocía absolutamente nada de aquella ciudad. 
  
Al preparar la documentacion que debía llevar consigo, echó en falta la cámara fotográfica. Recordó que la había olvidado en su domicilio. El fin de semana anterior, el y Marga habían pasado un par de días en Camprodón, en las faldas de los Pirineos y habían utilizado la máquina para tomar unas instantáneas de los paisajes de la zona, del pequeño y pintoresco pueblo, y de las cumbres aún nevadas de los montes.
- Tendré que pasar por casa a recogerla, y susbstituír el carrete. No vaya a ser que los del laboratorio crean que he fotografiado el puente románico de Camprodón por ser una construcción ilegal, je, je.

Pasar por su domicilio no suponía perder demasiado tiempo, él y Marga vivían en un ático del Paseo de la Zona Franca, en cuyo arranque estaba situada uno de los accesos al puerto. Mientras el ascensor subía a las últimas plantas, recordó que había guardado la cámara en la cómoda del dormitorio.

Entró en el piso con prisas. Se extrañó de que la puerta no estuviese asegurada con la doble cerradura,  el silencio en la vivienda aparentaba la ausencia de su esposa. Al abrir la puerta del dormitorio, la imagen que contempló en la penumbra que filtraba la persiana de la ventana hizo que su mano se crispase sobre el picaporte de la puerta. Marga estaba sobre la cama, abrazada a un hombre.

Distinguió bajo aquella luz tenue el rostro de Alonso Marín, su superior. No supo que decir, ni que hacer. Por unos instantes, los tres permanecieron inmóviles y en silencio, un silencio espeso que presagiaba una tempestad.

Finalmente, Manolo se dirigió a la cómoda, y abriendo el cajón superior, extrajo de el la cámara enfundada en su estuche. Volvió hacia la puerta de la habitación y antes de salir y cerrarla tras él, comento :

-¡¡ Menudo catarro !!..... pájaro.

Descendió a la calle corriendo por las escaleras, como si huyese de algo o alguien que le persiguiese. Una vez en el vestíbulo, se detuvo unos instantes para recobrar el aliento y la compostura. Se arreglo el uniforme, y salió a la calle, intentando ordenár sus ideas.

Subió al coche oficiál cerrando la puerta con un golpe violento, y ordenándole al conductór :
- Tira para la terminál de contenedores, Antonio.
Antonio, el agente que conducía el coche, observó atónito cuando se detuvieron en el siguiente semáforo, como Manolo rebobinaba violentamente el carrete fotográfico que había en el interior de la la cámara, abría esta y lanzaba el carrete lejos a través de la ventanilla abierta.
- ¿ Se encuentra usted bien, mi sargento ?. No tiene buen aspecto.
- Cosas mías, Antonio, cosas mías. Vamos a ver que nos encontramos en los muelles. 

Cuando finalmente llegaron a la terminál de contenedores, Vázquez revisó la documentación del flete marítimo. Aparte del contenedor siniestrado, había dos mas con idénticos remitente y destinatario. Al revisar estos, aparecieron más armas militares sin declarar. Además de los fusiles de asalto, descubrió un lote de ametralladoras, lanza granadas y munición diversa para todo aquél armamento. Pidió por radio el envío de un camión pesado donde cargar todo aquél alijo ilegal, y solicitó su deposito en uno de los acuartelamientos con más espacio, más modernos y más vigilados de los que disponía el cuerpo en toda la provincia de Barcelona. En total, había una docena de toneladas de armamento diverso.

Realizó todas estas tareas de una forma automática, con la sincronía que dan años de práctica, sin pensar apenas en lo que estaba realizando. No podía substraer de su pensamiento la imagen que había contemplado en su casa. Cuando terminó la documentación necesaria para hacerla llegar al juzgado de guardia, eran cerca de las tres de la tarde. No sentía apetito alguno, y mucho menos, deseos de regresár a su casa.


Continuará